Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica
del conocimiento racionalista de la literatura
Nihilismo y tragedia en el teatro de Cervantes y Shakespeare
Cada cual se fabrica su destino,no tiene aquí Fortuna alguna parte...Cervantes, La Numancia (I, vv. 157-158)[1].
1. Lo trágico
Los orígenes del teatro encuentran en la mitología una de sus referencias esenciales: en la mitología griega, es decir, en una fabulación imaginaria de hechos, cuyo marco de interpretación es una filosofía de esencias y presencias reales. Nada más lejos del nihilismo. Y sin embargo, la tragedia, en su expresión más radical —que nunca pretendieron desarrollar los griegos clásicos—, contiene germinalmente los caminos que conducen a un mundo nihilista. Sólo la Edad Contemporánea ha logrado poner de manifiesto en todo su dramatismo esta dimensión nihilista del arte trágico, en autores como Valle, Ionesco, Beckett, Dürrenmatt o Arrabal. Pero el germen, sorprendentemente, está en Cervantes. Vamos a verlo.
La tragedia absoluta, la experiencia de lo absolutamente trágico, es lo más próximo al nihilismo. La tragedia griega destierra el nihilismo de la polis precisamente porque destierra de la experiencia trágica una visión absolutamente trágica del cosmos. El mundo, en su dimensión global, no es una tragedia para los griegos[2]. Sin embargo, y en varias ocasiones, para nuestro mundo contemporáneo, sí. Además, la relación entre tragedia y nihilismo pasa sin duda por el cauce de la razón antropológica. Esta punzante intromisión del racionalismo humano frente a toda razón teológica ha tenido históricamente en la literatura consecuencias visibles y conflictivas, desde Platón y su republicanismo utópico hasta los actuales pseudodebates sobre el canon y los imperativos posmodernos de lo políticamente correcto.
La
tragedia es en cierto modo una forma de discusión, o incluso negación, de la
moral legitimada. El sujeto de la tragedia discute, a veces hasta negarlos, los
límites y la legalidad de una moral públicamente codificada. Desde este punto de
vista la tragedia se aproxima al nihilismo. Discute la posibilidad de
identificar con seguridad el conocimiento del bien y del mal, sabiduría que las
religiones estiman suya y segura, y emplazan en un orden moral metafísico. El héroe trágico se sitúa en la funesta perspectiva
de una muerte o un fracaso ciertos, que lo dejan sumido en la nada, o en un
lóbrego mundo de sombras acaso aún peor que la nada inconsciente. Pero su
fracaso es también el fracaso de un dogma, de un mundo trascendente y metafísico, de una
cosmogonía moral, de un dios o un conjunto de dioses, que sobrevive gracias al
hombre —los dioses sólo existen en las escrituras humanas—, porque no puede
subsistir sin él, y contra el Hombre —en el homicidio—, porque sólo contra lo
humano puede un dios hacer visible su poder. ¿Qué sería de los dioses sin los
seres humanos? ¿Qué sería de la metafísica sin el Hombre? Nada. El poder de un dios
se mide siempre por la violencia que es capaz de ejercer contra el ser humano, así
como por la capacidad de sacrificio de sus mártires —una suerte de suicidas—,
trasunto al fin y al cabo de la violencia divina.
La idea
de que la falta trágica (o error intelectual) había de ser necesariamente una
falta moral tuvo en la Antigüedad varias formulaciones, que los tiempos
modernos no han hecho más que incrementar. En el fondo, estas tendencias
pretenden siempre someter la literatura a las leyes de una moral, no sólo desde
sus posibilidades interpretativas, sino desde la codificación de sus procesos
de creación y composición, mediante la consolidación de una preceptiva de formas e ideas o de un
canon de autores o tendencias. Una de las primeras tentativas de intromisión exitosa de la
moral en el teatro vino de la mano de Séneca, cuya obra teatral amalgama
tragedia y estoicismo[3].
A pesar
de todo, las interpretaciones que desvinculan la fábula trágica de las
implicaciones morales siempre han tenido fuerza de convicción. En sus varias
glosas al libro XIII de la Poética de Aristóteles, Lesky considera que
el concepto de hamartía es clave para la interpretación del sentido que
confería el Estagirita a la tragedia. La caída del personaje trágico desde el
prestigio y la dicha a la ruina se producía tras cometer una «falta» (hamartía).
Esta «falta», según Lesky (1938/2001: 58 ss), no sería una «falta moral», sino
un «error intelectual». La tragedia no sería una lección de moralidad, sino una
expresión de la fragilidad y las limitaciones humanas. Aristóteles insiste con
claridad en que el personaje trágico no ha de ser, desde un punto de vista moral, ni especialmente bueno ni malo, sino mediocre, común, corriente. Se descarta de
este modo la presencia del héroe virtuoso, tan querido por el teatro estoico o
la dramaturgia del clasicismo francés. Igualmente se excluye el arquetipo del
malvado, característico de un teatro didáctico, propagandístico o ideológico, y
tan frecuente —como el héroe virtuoso— en la España de los Siglos de Oro y en el teatro isabelino inglés, particularmente en Shakespeare. Sin
embargo, varios autores han rechazado la interpretación moral del concepto de hamartía,
y han alejado la tragedia del discurso moral, distanciando así la poética de la
ética. Si esta interpretación es coherente, y parece que puede serlo, la hybris
no tendría para Aristóteles una causa moral, sino una hamartía, un error
intelectual de consecuencias ruinosas, un fallo en la inteligencia humana, una
acción o decisión equivocadas que desencadenan destrucción irreversible. De
haber en la tragedia una lección moral, Platón la habría aceptado en su
República imposible y fabulosa.
2. El nihilismo
Nihilismo
es todo aquello que de alguna manera puede identificarse con la negación de una realidad trascendente, con frecuencia de orden moral o
cognoscitivo. Negación de conocimiento, negación de todo aquello a lo que se accede a través del conocimiento: moral, ciencia, política, soluciones definitivas, etc. Nos adentramos de este modo en un discurso de negación cuyo
deseo es el de combatir determinadas realidades. Dos son los
objetivos fundamentales de este imperativo de negación: la moral y el
conocimiento humanos, es decir, el comportamiento solidario del Hombre y sus
posibilidades de interpretación.
No cabe
duda de que la negación, en sus causas y fines, de cualquier forma de
orden moral que sirva de referencia o fundamento a la vida del ser humano,
proporciona también la liberación de determinados obstáculos que, de
reconocerse como existentes, impedirían el desarrollo de determinadas conductas. Si no hay valores moralmente objetivos, capaces de distinguir el bien
del mal, cualquier acción humana puede justificarse desde la legitimidad
inmanente del impulso personal que la genera. Es el caso de la literatura filosófica de Nietzsche y de la narrativa de Dostoievski.
El teatro
de la Edad Contemporánea no ha dejado de confirmar, al menos hasta mediados del
siglo XX, su orientación hacia un discurso nihilista y desmitificador. Veamos
algunas pautas de esta evolución.
La tragedia que había seguido las formas normativas de la poética clásica durante los siglos XVI y XVII decae a lo largo del siglo XVIII, y desemboca a lo largo de la Edad Contemporánea en el formato del melodrama. De Racine y Corneille llegamos fácilmente a Marivaux. Sin embargo, con posterioridad a la Ilustración europeísta y el Romanticismo anglosajón, determinadas expresiones de la experiencia trágica persisten, e incluso se intensifican, en el discurso literario y teatral, si bien bajo formas completamente diferentes de las propugnadas por el clasicismo antiguo o el humanismo moderno, e incluso hostiles hacia los ideales ilustrados y románticos, respecto a los que disienten de forma abierta y dialéctica. Sus formas y referentes nada tienen que ver con el mundo aristotélico y el de sus exegetas. Y tampoco respetan ni a la Ilustración ni al Romanticismo. El primero de estos trágicos de la Edad Contemporánea es Georg Büchner, con su obra Woyzeck (1837), un jacobino alemán cuya obra nada tiene que ver con el romanticismo de Goethe. Es posible distinguir, a partir del siglo XVIII, es decir, a partir del último neoclasicismo, de elaboración europeísta y diseño septentrional, dos caminos diferentes en la evolución de las formas trágicas del arte literario y teatral.
Uno de estos caminos conduce de la tragedia clásica al melodrama contemporáneo, y Alfieri ocupa aquí un punto de inflexión decisivo. Los primeros eslabones de esta cadena surgen genuinamente en la literatura de la Grecia clásica (Esquilo, Sófocles y Eurípides), y más tarde se recrean en el mundo romano (Séneca); el Renacimiento europeo pretende sistematizarlos en los modelos de la tragedia humanista, que en España adquiere una discreta expresión en la generación de tragediógrafos de 1580 (Artieda, Virués, Argensola, López de Castro, Lasso de la Vega, Juan de la Cueva, etc.), pese al rotundo fracaso que este teatro supuso desde el punto de vista espectacular para el público de entonces (Maestro, 2006a).
En esta década de 1580 parece situarse la composición de La Numancia cervantina, que en realidad es una obra superior e irreductible a los simples modelos formales y funcionales del clasicismo renacentista, pues contiene germinalmente los elementos fundadores de la tragedia contemporánea: negación de toda inferencia metafísica o realidad trascendente, protagonismo de personajes humildes en quienes se reconoce la dignidad del dolor y el sufrimiento, ausencia de estructuras nobiliarias o aristocráticas, disolución del decoro como forma lingüística en favor de un discurso polifónico, etc. (Maestro, 2000, 2004). Las formas del clasicismo trágico persisten, no obstante, a lo largo del siglo XVII europeo en el teatro francés, a través de la pulquérrima obra de Jean Racine y Pierre Corneille, donde se concentra intensamente todo el mundo antiguo que es posible recrear en el seno de una sociedad dispuesta a promover el narcisismo de la Ilustración continental europeísta. Con todo, los dramas trágicos de Racine, Corneille, Goethe y Schiller son una forma de teatro antropocéntrico, cuyos personajes trágicos disputan sólo por alternativas de índole moral y estética. Es un teatro en este sentido fuertemente psicológico, en el que la experiencia trágica se desarrolla artificialmente, sobre el terreno de la tradición humanística europea. Un teatro francamente autocelebrado, narcisista y preciado de sí mismo.
El Humanismo trató de hacer compatible la religión
cristiana y la recuperación renacentista de la cultura pagana (Rico, 1993).
Calderón es uno de los más tardíos eslabones de este proyecto cristiano y
humanista. En palabras de Curtius, «mientras los héroes de la escena
francesa se enzarzan y luchan en conflictos psicológicos, las piezas religiosas
de Calderón giran en torno al misterio del Sacramento del altar. El clasicismo
europeo se asienta sobre el estoicismo romano y construye una imagen de la
Antigüedad que se sitúa al lado de la religión cristiana oficial sin enlazar ni
reconciliarse con ella. En cambio, en el mundo de Calderón, Roma y Grecia nunca
aparecen como modelos del pensar y del obrar humanos: no son sino decorados
accesorios, en el mismo sentido que la Babilonia de Semíramis, la Bizancio de
Focas o la Polonia de Segismundo […]. El teatro metafísico de Calderón […] está
tan alejado del de Shakespeare como del clasicismo francés y alemán. No es
mensurable con ninguno de estos patrones. Con todas sus profundas diferencias
de estructura, los teatros inglés, francés y alemán están unidos por una común
concepción del hombre […]. También Calderón conoce los conflictos psicológicos,
naturalmente: pero nunca forman en él el quicio del drama, pues su drama no
está centrado en el hombre, sino que el hombre obra siempre según vínculos
cósmicos y religiosos […]. El teatro de Calderón, por lo menos en sus autos
sacramentales, es teocéntrico» (Curtius, 1950/1972: 177-179). Amén.
El otro
de los caminos que sigue la tragedia clásica, desde sus orígenes hasta nuestros
días, experimenta un punto de inflexión decisivo con La Numancia de Cervantes. Muy pronto la política cultural británica comenzó a desplegar su propaganda para endosar la figura de Shakespeare al nombre de Cervantes, como si ambos autores figuran isovalentes o incluso equivalentes y comparables en términos de igualdad. Y no hay que olvidar que la contribución
de La Celestina (1499) adquiere, en
la historia de las formas trágicas de Occidente, un papel de relevancia
insólita. Fernando de Rojas y Miguel de Cervantes, junto con los cultivadores de la comedia nueva de Lope de Vega, son los
primeros autores de obras trágicas que ni confirman ni siguen en su literatura
los postulados normativos de la tragedia clásica, humanista, aristotélica. Tras
ellos vendrán otros autores, igualmente heterodoxos en el arte trágico, pero
históricamente posteriores y de mucha menor relevancia. Entre ellos está Shakespeare, con su limitada producción teatral, y John Milton, con su Samson Agonistes (1671), en una
Inglaterra que empieza a leer el Leviathan
de Thomas Hobbes, tras haber superado el protectorado de Cromwell, y el
intempestivo cierre de los teatros promulgado por los puritanos; Heinrich von
Kleist, en Alemania, con Die familie
Schroffenstein (1802), Das Käthchen
von Heilbronn (1808) o Prinz
Friedrich von Homburg (1810), y
sobre todo Georg Büchner, con su vanguardista Woyzeck (1837), también en la represora Alemania posromántica y posnapoleónica,
de alianzas absolutistas y contrarrevolucionarias. Todos estos dramaturgos han
sido abiertamente unos heterodoxos en el arte de la tragedia. Con la llegada
del siglo XX surgen nuevos nombres. Entre de ellos figuran sobre todo Federico
García Lorca con títulos como La casa de
Bernarda Alba (1936), y Samuel Beckett con obras como En attendant Godot (1952), Actes
sans paroles I et II (1956, 1959) y Breath
(1968). En autores como este último las formas de la tragedia se convierten en
desoladores referentes de un mundo nihilista.
3. Tragedia y nihilismo
Imponerse
a un destino, imponer la propia voluntad frente a un orden moral trascendente,
es la exigencia fundamental de la existencia humana ante los imperativos de la tragedia antigua. La historia del teatro de
Occidente es la historia de esta exigencia, es la descripción y explicación de
sus evoluciones fundamentales. Ésta es una
trayectoria que nace con el mito en la Antigüedad griega y desemboca en el
nihilismo de la Edad Contemporánea. La tragedia no trata simplemente de la
existencia, sino de la dignidad del ser humano en la experiencia del sufrimiento. Lo trágico requiere dioses
crueles. O algo acaso aún más siniestro: un mundo nihilista. Donde no habitan
los dioses crecen los fantasmas. Ignorando mucha de la filosofía antigua, Nietzsche habla de la muerte de Dios.
Sería, sin embargo, mucho más poético para nuestra modernidad no pensar en la
muerte, sino en el suicidio de Dios, y en otras figuras retóricas por el estilo. Un Dios eterno que hubiera decidido su
propio suicidio tras tomar conciencia de la existencia de seres humanos a él
atribuidos. Sin embargo, la tragedia de la Antigüedad clásica no se detiene en este tipo de retóricas, que tanto complacen a sofistas, posmodernos contemporáneos y hermeneutas de todas las épocas.
4. Cervantes
La
mayor provocación de Cervantes en la composición de La Numancia reside
en las relaciones que los protagonistas establecen con la religión (Maestro,
2005). En la tragedia clásica, los principales homicidas eran los dioses. La
muerte violenta confirma una autorización o un designio divinos. En una
tragedia moderna, y La Numancia de Cervantes ocupa un lugar de
privilegio en este contexto, los únicos homicidas son los propios seres
humanos. La poética cervantina muestra cómo la modernidad toma conciencia de
lo que habrá de ser para el futuro la interpretación de la experiencia trágica:
el reconocimiento de la crueldad del hombre contra sí mismo. Más precisamente:
contra seres inocentes de su misma especie. Desde La Numancia de
Cervantes, el sufrimiento de los seres humildes, así como la crueldad ejercida
contra criaturas inocentes, alcanza un estatuto de dignidad poética y de
legitimación laica que conservará para siempre. La poética de la Edad
Contemporánea encuentra aquí una de sus dimensiones más fundamentales: Büchner,
Valle, Pirandello, Lorca, Brecht, Beckett, Dürrenmatt... En la poética cervantina
lo cómico se disocia por completo de la humildad social, que ocupa ahora un
lugar nuclear en la tragedia, subrogando el hombre común a los antiguos atridas
y a los modernos aristócratas, antaño protagonistas exclusivos de la fábula
trágica. Simultáneamente, la religión no desempeña en La Numancia ningún valor funcional. Pese a la apoteosis
contrarreformista, todo transcurre en un mundo pagano. Un mundo gentil que
habrá de sacrificarse por completo, y por la mano del Hombre. Sin dioses.
Sin profetas. Sin ministros de religiones normativas. La Numancia es una
tragedia deicida. Los numantinos fueron capaces de profanar, con su
incredulidad en los númenes y su convicción ante el suicidio, todo el
dogmatismo de la Contrarreforma. La Numancia es ante todo una profanación.
Es la secularización de la tragedia. Es la modernidad. Conciencia de libertad
contra corriente (2004a).
Así, en
el cuadro segundo de la jornada segunda de la Numancia tiene lugar una escena, la de los augurios, que puede
considerarse como ejemplo de teatro en el teatro. El pueblo numantino, y
concretamente los personajes de Morandro y Leoncio, acude al sacrificio y
ritual que se ofrece a los dioses con objeto de conocer cuál será el destino de
Numancia. El pueblo asiste como espectador a la contemplación de un ritual
trágico, un sacrificio a los dioses, en el seno de la acción principal de la
tragedia. La acotación que indica funcionalmente la composición y actuación de
la comitiva resulta por sí misma suficientemente expresiva, pues dispone los
mecanismos necesarios para representar la teatralización del sacrifico dentro
de la teatralización de la tragedia. La experiencia trágica de la Edad Moderna
se aleja de la inferencia metafísica de la Antigüedad, la recuerda y reproduce,
pero le resta valor. Leoncio y Morandro la contemplan como quien contempla un
espectáculo teatral. Por si quedan dudas, la secuencia de los augurios se
reitera con el protagonismo de Marquino y la presencia sobrenatural del cuerpo
muerto. La invocación del poder metafísico y de la posible voluntad de sus
designios frente a la existencia humana constituye en la Numancia cervantina un hecho que es objeto de representación teatral para los propios numantinos; el espectador
del siglo XVI, como el del siglo XXI, se siente doblemente distanciado, merced
a la concepción teatral de Cervantes, de la experiencia dominante de un poder
moral trascendente y metafísico, cada vez más lejano en el tiempo de la historia,
así como convencionalmente más distante en el espacio de la representación
teatral. Un doble escenario separa en el teatro cervantino al espectador de los
númenes.
Han de salir agora dos Numantinos, vestidos como sacerdotes antiguos, y traen asido de los cuernos en medio de entrambos un carnero grande, coronado de oliva o yedra y otras flores, y un Paje con una fuente de plata y una toalla al hombro; Otro, con un jarro de plata lleno de agua; Otro, con otro lleno de vino; Otro, con otro plato de plata con un poco de incienso; Otro, con fuego y leña; Otro que ponga una mesa con un tapete, donde se ponga todo esto; y salgan en esta scena todos los que hubiere en la comedia, en hábito de numantinos, y luego los Sacerdotes, y dejando el uno el carnero de la mano, diga: «Señales ciertas de dolores ciertos...»[4]
El
diálogo de los personajes principales revela un absoluto descreimiento de todo
lo relacionado con el mundo metafísico, fantasmagórico, mítico o simplemente
religioso. La Numancia es indudablemente una tragedia deicida. Las
palabras de Leoncio y Corabino son del todo elocuentes:
Que todas son ilusiones,quimeras y fantasías,agüeros y hechicerías,diabólicas invenciones.No muestres que tienes pocaciencia en creer desconciertos;que poco cuidan los muertosde lo que a los vivos toca[5].
La
Numancia cervantina es una obra sumamente relevante desde
el punto de vista de la configuración del personaje trágico. Desde Cervantes, todas las cualidades que el personaje necesita para
su éxito o fracaso son cualidades reales, no míticas. No pretendo hablar de
existencialismo en La Numancia, ni en otras obras de Cervantes, pero sí
puedo advertir que en la literatura cervantina están muchos de los conceptos
que definen el personaje de la literatura contemporánea, y que uno de estos
conceptos es el de identificar en el héroe cualidades antiheroicas. La novela
es siempre la narración de un fracaso. El Quijote es la narración del fracaso del idealismo y de la condena de los idealistas al fracaso. Y Cervantes, no lo olvidemos, es el
creador de la novela moderna. En este proceso creativo, completamente ajeno a
la preceptiva aristotélica y a sus intérpretes renacentistas, Cervantes crea
personajes que, a diferencia de algunos personajes shakesperianos, interpretan el significado de
sus palabras y sus acciones, de su lexis y su fabula, no por
relación a los imperativos de un orden moral trascendente, cómo habían hecho
Edipo o Aquiles, por ejemplo, sino a partir de las convicciones de su propia
voluntad, como de hecho hacen don Quijote, don Juan, Ricardo III o
Fausto. Estos personajes nos demuestran que la experiencia humana puede
conducirse mediante conclusiones lógicas hacia formas de conducta que se
justifican por sí mismas, como en cierto momento recordó Langbaum (1957), porque el bien y el mal no son más que
preferencias sociales, y su presunto conocimiento, la expresión política o
eclesiástica del poder vigente. Son personajes que se desarrollan completamente
al margen, o incluso en contra, de la moral públicamente codificada[6].
Por otra
parte, el diálogo que mantienen en La
gran sultana (I, 178-193) el renegado Salec y el cautivo Roberto, refleja,
a través de la reticencia del primero de los interlocutores, una serie de negaciones
cuyo silencio discute sin duda la legalidad del orden moral impuesto. Este
personaje, el que ofrece mayor relevancia —precisamente por no revelar nada
acerca de su propia identidad— es Salec, del que apenas sabemos que es un
cristiano renegado, que actúa con cierta solicitud, pero siempre desde el
desengaño y el escepticismo. Salec es personaje que podría inscribirse en el
intertexto literario de los nihilistas, caracterizado por la renuncia o
negación a su identidad originaria, y por el rechazo manifiesto a toda
explicación o clarificación de su pasado, de su ética y de su personalidad
presente; actúa sumido en la incredulidad, bajo un atemperado resentimiento,
como revela en el diálogo que mantiene con Roberto, cristiano cautivo:
Salec: Aquí todo es confusión,y todos nos entendemoscon una lengua mezcladaque ignoramos y sabemos.De mí no te escaparás,pues cuando te vi, al momentote conocí.Roberto: ¡Gran memoria!Salec: Siempre la tuve en extremo.Roberto: Pues ¿cómo te has olvidadode quién eres?Salec: No hablemosen eso agora; otro díade mis cosas trataremos:que si va a decir verdad,yo ninguna cosa creo.Roberto: Fino ateísta te muestras.Salec: Yo no sé lo que me muestro...[7]
En este
breve diálogo se advierte una constante negación de formas y posibilidades de
conducta, a las que acompaña una apología de la amalgama, el contraste y la
confusión, en los procesos mismos de comunicación e interacción verbal, hecho
que claramente favorece la expresión polifónica frente a cualquier tentativa de
claridad, adecuación o decoro verbales. Ante todo Salec declara el dominio de
la confusión en el entendimiento, frente a cualquier otra forma de
comunicación: «aquí todo es confusión / y todos nos entendemos...»; defiende
la utilidad social de un discurso verbal no uniforme, no «acordado» entre sí,
ni «subordinado» a nada en particular, sino mezclado, amalgamado, disperso, y
en consecuencia, polifónico: «con una lengua mezclada...»; y finalmente se revela
como un personaje capaz de las negaciones más recurrentes y sistemáticas:
niega contradictoriamente el conocimiento del lenguaje («...una lengua... / que
ignoramos y sabemos...»), niega toda memoria o capacidad de recuerdo acerca de
su propia persona, al responder con el silencio a los requerimientos de
Roberto («...¿cómo te has olvidado / de quién eres?...»); niega toda creencia,
humana o metafísica («yo ninguna cosa creo...»); niega la posibilidad de
reconocimiento presente de su propia identidad («Yo no sé lo que me muestro...»);
y niega, por último, la posibilidad de comunicación («No hablemos...»).
Esta
expresión del personaje antiheroico, como protagonista de la literatura de la
Edad Moderna, que se desarrollará sobre todo en el formato de la novela, va a
adquirir también en el drama una presencia cada vez más destacada y mejor
definida. El personaje antiheroico representa ante todo la desmitificación del
héroe, la disolución de lo heroico en lo cotidiano y corriente, en lo vulgar o
lo grotesco, en una palabra, en la verosimilitud de la vida real, determinada
sobre todo por las condiciones primarias de la existencia.
5. Shakespeare
Muy
probablemente el personaje shakesperiano más antiheroico es Falstaff[8].
Pertenece a esa familia de figuras literarias que exhiben en el teatro, antiguo y moderno, la desmitificación de valores como el honor en la vida pública, el heroísmo en la guerra, la creencia
en un mundo trascendente, o la legitimidad de las monarquías, hasta entonces
tan protegidos por la metafísica, que no era sino religiosa; la moral, que no
era sino política (en un mundo que aún no conocía la separación entre la
Iglesia y el Estado, como en la Inglaterra de comienzos del siglo XXI); y la poética, que no era sino preceptiva.
En la
escena metateatral de la primera parte de Henry IV, el príncipe Harry no
pierde en ningún momento el sentido de la realidad, a pesar de sus
inclinaciones lúdicas. Por su parte, Falstaff se sirve de la ficción para
incidir en la realidad trastornándolo todo: el bufón se hace rey de Inglaterra,
su daga de ratero se torna cetro real, y el cojín en que antes sentaba sus
sucias posaderas se convierte en ahora corona. En su discurso Falstaff parodia
la autoridad de la vejez, consejera de juventudes, y de la aristocracia, cuya
máxima expresión ha sido y es la monarquía. Habla el bufón, como padre y como rey:
Harry, I do not only marvel where thou spendest thy time, but also how thou are accompanied. For though the camomile, the more it is trodden on , the faster it grows, yet youth, the more it is wasted, the sooner it wears. That thou art my son, I have partly thy mother’s word, party my own opinion, but chiefly a villainous trick of thine eye, and a foolish hanging of thy nether lip, that doth warrant me. If then thou be son to me, here lies the point: why, being son to me, art thou so pointed at? Shall the blessed sun of heaven prove a micher, and eat blackberries? A question not to be asked. Shall the son of England prove a thief, and take purses? A question to be asked. There is a thing, Harry, which thou hast often heard of, and it is known to many in our land by the name of pitch. This pitch (as ancient writers do report) doth defile; so doth the company thou keepest. For, Harry, now I do not speak to thee in drink, but in tears; not in pleasure, but in passion; not in words only, but in woes also. And yet there is a virtuous man, whom I have often noted in thy company, but I know not his name […]. A goodly portly man, i’ faith, and a corpulent; of a cheerful look, a pleasing eye, and a most noble carriage; and as I think, his age some fifty, or by’r lady inclining to threescore. And now I remember me, his name is Falstaff. If that man should be lewdly given, he deceiveth me. For, Harry, I see virtue in his looks. If then the tree may be known by the fruit, as the fruit by the tree, then peremptorily I speak it, there is virtue in that Falstaff. Him keep with, the rest banish […]. Banish plump Jack, and banish all the world[9].
Con Falstaff
el teatro occidental intensifica la desmitificación de los prestigios humanos,
e incorpora nuevos referentes, hasta entonces difíciles de cuestionar, a este
proceso de crítica de los valores trascendentes. La metafísica tiene cada vez
menos presencias reales entre sus contenidos. El último de ellos, el Dios
cristiano, no tardará en morir, según advierte Nietzsche, de forma tan retórica como poética, a fines del siglo
XIX, en el parágrafo 125 de Die fröhliche Wissenschaft[10].
Falstaff
representa la farsa que desmitifica la guerra y la política cuando no le convienen. Se caracteriza
también por mostrar una voluntad de vivir libre de compromisos serios, y su
negativa a someterse a los límites y exigencias de la realidad. Falstaff,
antiheroico, muestra mejor que nadie el lado sórdido de la guerra. He aquí cómo
se enriquece con la leva de indigentes que no pueden pagarle, corruptamente,
para que les libre del reclutamiento:
Falstaff: If I be not ashamed of my soldiers, I am a soused gurnet. I have misused the king’s press damnably. I have got, in exchange of a hundred and fifty soldiers, three hundred and odd pounds. I press me none but good householders, yeomen’s sons; inquire me out contracted bachelors, such as had been asked twice on the banns –such a commodity of warm slaves, as had as lief hear the devil as a drum, such as fear the report of a caliver worse than a struck fowl or a hurt wild-duck. I pressed me none but such toasts-and-butter, with hearts in their bellies no bigger than pins’ heads, and they have bought out their services, and now my whole charge consists of ancients, corporals, lieutenants, gentlemen of companies, slaves as ragged as Lazarus in the painted cloth, where the glutton’s dogs licked his sores, and such as indeed were never soldiers, but discarded, unjust serving-men, younger sons to younger brothers, revolted tapsters and ostlers trade-fallen, the cankers of a calm world and a long peace, ten times more dishonourable ragged than an old faz’d ancient. And such have I to fill up the rooms of them as have bought out their services, that you would think that I had a hundred and fifty tottered prodigals, lately come from swine-keeping, from eating draff and husks. A mad fellow met me on the way, and told me I had unloaded all the gibbets and pressed the dead bodies. No eye hath seen such scarecrows. I’ll not march through Coventry with them, that’s flat. Nay, and the villains march wide betwixt the legs, as if they had gyves on, for indeed I had the most of them out of prison. There’s but a shirt and a half in all my company, and the half shirt is two napkins tacked together, and thrown over the shoulders like an herald’s coat without sleeves; and the shirt, to say the truth, stolen from my host at Saint Alban’s, or the red-nose inn-keeper of Daventry. But that’s all one, they’ll find linen enough on every hedge […].
Prince: But tell me, Jack, whose fellows are these that come after?
Falstaff: Mine, Hal, mine.
Prince: I did never see such pitiful rascals.
Falstaff: Tut, tut! good enough to toss, food for powder, food for powder. They’ll fill a pit as well as better; tush, man, mortal men, mortal men[11].
Como no
podía ser de otro modo, Falstaff desmitifica por entero la idea del honor. Es
solamente un «blasón funerario». Parece que Shakespeare, al igual que Teresa de
Ávila o Samuel Johnson, considera que el honor es el último refugio del truhan[12].
Honor pricks me on. Yea, but how if honor prick me off when I come on? how then? Can honor set to a leg? No. Or an arm? No. Or take away the grief of a wound? No. Honor hath no skill in surgery then? No. What is honor? A word. What is that word honor? Air. A trim reckoning! Who hath it? He that died o’ Wednesday. Doth he feel it? No. Doth he hear it? No. ’Tis insensible then. Yea, to the dead. But will it not live with the living? No. Why? Detraction will not suffer it. Therefore I'll none of it. Honor is a mere scutcheon, and so ends my catechism […]. To die is to be a counterfeit, for he is but the counterfeit of a man, who hath not the life of a man: but to counterfeit dying, when a man thereby liveth, is to be no counterfeit, but the true and perfect image of life indeed[13].
La evolución
funcional de Falstaff es importante: cuando más crece más se hunde, cuanto más
avanza más se aleja de la realidad. Su triunfo es el triunfo de la ilusión, y
el fracaso de su verdad. Su relación, en la segunda parte, con el Justicia
Mayor del reino, es sumamente expresiva. El Justicia, personaje tan alegórico
como real, sustituye a Falstaff ante Hal, ahora convertido en Henry V. La
madurez de Falstaff está asociada, inevitablemente, a la vejez, la enfermedad y
los efectos del tiempo. Son sumamente expresivas las últimas palabras de
desprecio que le dirige su antiguo amigo Hal, ahora rey Henry V: «I know thee
not, old man: fall to thy prayers; / How ill white hairs become a fool and
jester!»[14].
Sin embargo, cualquier forma de nihilismo que expresa Falstaff resulta superada en el soliloquio con el que Edmund abre la escena segunda del acto primero de King Lear, el cual constituye un discurso antológico en la literatura nihilista, cuyo antecedente inexcusable es el «planto» de Pleberio en La Celestina: el personaje niega enérgicamente, en nombre de sus propios impulsos personales, toda inferencia metafísica en el desarrollo de la vida humana y en el ejercicio de su voluntad.
Thou, nature, art my goddess. To thy lawMy services are bound. Wherefore should IStand in the plague of custom and permitThe curiosity of nations to deprive meFor that I am some twelve or fourteen moonshinesLag of a brother? Why ‘bastard’? Wherefore ‘base’,When my dimensions are as well compact,My mind as generous, and my shape as trueAs honest madam’s issue?Why brand they us with ‘base, base bastardy’,Who in the lusty stealth of nature takeMore composition and fierce qualityThan doth within a stale, dull-eyed bed goTo the creating a whole tribe of fopsGot ‘tween a sleep and wake? […].
This is the excellent foppery of the world: that when we are sick in fortune —often the surfeit of our own behaviour— we make guilty of our disasters the sun, the moon, ad the stars, as if we were villains by necessity, fools by heavenly compulsion, knaves, thieves, and treacherers by spherical predominance, drunkards, liars, and adulterers by an enforced obedience of planetary influence, and all that we are evil in by a divine thrusting on. An admirable evasion of whoremaster man, to lay his goatish disposition to the charge of stars! My father compounded with my mother under the Dragon’s tail and my nativity was under Ursa major, so that it follows I am rough and lecherous. Fut! I should have been that I am had the maidenliest star of the firmament twinkled on my bastardy...[15]
El hijo
natural de Gloucester se niega radicalmente a aceptar el orden moral
establecido que lo ha hecho bastardo. Puede inscribirse este parlamento en el
intertexto literario de los personajes nihilistas, negadores de órdenes y
principios fundamentales de convivencia, heredados para una interpretación y
percepción del mundo antiguo, y que sucumben, de la mano de personajes como
Edmund, en la crisis de la Edad Moderna. Se constituye así un personaje
maquiavélico, que trata de demostrar cómo la experiencia humana puede
conducirse, mediante conclusiones lógicas, hacia formas de conducta que se
legitiman por sí solas, desafiando o negando incluso los fundamentos de
cualquier orden moral vigente más allá del propio individualismo. Sus soliloquios lo definen expresivamente:
A credulous father, and a brother noble,Whose nature is so far from doing harmsThat he suspects none; on whose foolish honestyMy practices rice easy. I see the business.Let me, if not by birth, have lands by wit.All with me’s meet that I can fashion fit[16].
Edmund
es, en suma, un personaje cuya acción personal no se somete a la voluntad de un
orden moral trascendente, como sucede con el protagonista del drama y la
literatura antiguos, quien acostumbraba a explicar y justificar su papel en el
mundo no desde un punto de vista propio, sino desde las exigencias de una
realidad trascendente e inmutable. Edmund —muy lejos de ser un Edipo— se rebela
ante los imperativos de esta metafísica, cuya legitimidad niega con palabras (lexis) y con hechos (fábula). Se rebela, pero... como todos los personajes de Shakespeare, fracasa.
En el
conjunto del teatro shakesperiano, Timon of Athens (1608) constituye sin duda la obra de referencia desde el punto
de vista de la expresión trágica del personaje nihilista. En este caso, la
misantropía[17]
del protagonista es tal que el cosmos todo se convierte en objeto de violento
anatema: ni una sola acción queda sin ser dolorosamente castigada, cualquier
impulso noble es objeto de burla y escarnio, todo acto constituyente de
existencia humana —nacimiento, continuidad de la especie, educación
intelectual...— se interpreta como una provocación absurda que conduce a una
vida miserable y estéril. Los personajes nihilistas encuentran en el teatro de Shakespeare un
lugar propicio en su evolución hacia la Edad Contemporánea, a
partir del mundo católico medieval, sumido en un desordenado vitalismo, como
sucede en The Canterbury Tales, o en
una trágica represión, como sucede en La
Celestina. Sin embargo, ni uno solo de estos personajes shakesperianos alcanza sus objetivos. Todos ellos fracasan devorados por los imperativos políticos y metafísicos del Antiguo Régimen. No superan las exigencias del Tratado teológico-político (1670) de Spinoza.
El Timón shakesperiano
representa ante todo la experiencia trágica de la misantropía en la Edad
Moderna. Lejos estamos de la cómica fábula de Menandro, en la que el viejo
misántropo, en el fondo del pozo del que ha de sacarlo su futuro yerno, se
convierte a la filantropía y a la práctica de la generosidad más extrema. El
modelo molieresco, igualmente cómico, está destinado a iluminar la hipocresía y
vacuidad del mundo burgués como prototipo de las formas modernas de la sociedad
humana. Menandro convierte al misántropo en un hombre finalmente generoso, al
que su vejez y su debilidad le han hecho cambiar el modo de tratar a los demás.
Molière desenmascara ante todo la hipocresía que se disfraza de filantropía —de
«solidaridad», dirían hoy aquellos a quienes el propio Molière habría parodiado
con gusto—; pero Alceste no niega nada de cuanto existe a su alrededor, sino
que simplemente convive y soporta las costumbres que censura en los demás:
habla casi sin parar, pero al fin y al cabo, apenas actúa eficazmente contra
los vicios que él mismo censura. Shakespeare, por su parte, crea un personaje
que se toma verdaderamente en serio el odio al género humano, hasta el punto de
pronunciar los discursos más intensamente nihilistas que pueden hallarse en el
teatro de la Edad Moderna europea. Timón es incompatible con la realidad y con su propia vida. No sabe vivir. Una vez más se comprueba que el protagonista
de la comedia se burla de la realidad que critica, pero la deja intacta, pues
sólo actúa sobre ella verbalmente; sin embargo, el protagonista de la
experiencia trágica se enfrenta verbal y ejecutivamente contra aquello que se
le resiste, arriesgando por completo su vida y su persona. Aunque el orden
moral persista indolentemente, la amenaza trágica que emana de la experiencia
humana resulta imborrable.
Si se lee
atentamente el Timon shakesperiano se
observa que la mayor parte de las imprecaciones del protagonista contra el
género humano responde a las motivaciones que acabamos de señalar. Así lo
confirman también, con mayor calma si cabe, buena parte de los personajes
secundarios, como los criados de Timón[18],
el pintor[19],
o su primitivo amigo Alcibíades[20].
«Yo soy misántropo y odio al género humano»—, así se despacha Timón,
sintetizando expresivamente su ideario, ante la visita del desterrado general
ateniense: «I am Misanthropos, and hate mankind» (IV, 3, v. 53).
Sin
embargo, en el caso de Timón de Atenas, Shakespeare hace recorrer al personaje
un camino completamente diferente al Cnemón de Menandro: el dramaturgo renuncia
a la expresión cómica para construir una tragedia, y el protagonista se
convierte a la misantropía más violenta después de haber sido traicionado por
quienes se decían sus amigos, abusadores ad
aeternam de su generosidad[21].
Timón se convierte en misántropo como consecuencia del abandono y la
humillación de que ha sido objeto por su excesivo altruismo, o más bien por su «equivocada»
generosidad; en ningún caso llega a la misantropía ex nihilo. Hay, pues, en Timón una voluntad de resentimiento que
clama venganza contra el mundo. A su lado, el Alceste molieresco es un
misántropo sin causa aparente —salvo la irritación que le produce la hipocresía
de sus conciudadanos—, sin razones específicamente personales para odiar al
mundo. Semejante actitud estimula, en la obra de Molière, la tendencia hacia un
prototipo naturalmente cómico.
La
misantropía de Timón se ve confirmada y contrastada en todo momento por
Apemanto, un personaje clave en la tragedia, con su carácter también
misantrópico, desgarrado, bufonesco, violento. Apemanto advierte desde los
primeros momentos sobre la perversidad y la vanidad de la naturaleza humana,
sobre todo cuando el individuo actúa bajo la cobertura del grupo social (I, 2).
El contrapunto y contraste que manifiesta Apemanto frente a determinados
personajes permite ridiculizar en unos casos, desenmascarar en otros, las
actitudes de ingenuidad (el Timón altruista de la primera etapa), de cinismo e
hipocresía (los falsos amigos de Timón), o de rabiosa y resentida misantropía
(la conducta de Timón en la segunda etapa de la tragedia). Apemanto permite
conocer mejor a los demás personajes de la tragedia por el contraste que
establece con ellos: «Si me dejase también corromper —dice a Timón—, no
quedaría nadie para ridiculizarte, y entonces pecarías más que aprisa» (I, 2).
Muy a
diferencia de la cultura antigua, una de las consecuencias de la misantropía en
la modernidad es el nihilismo. La negación absoluta de la alteridad, y un deseo
de destrucción de todo lo diferente y ajeno, en lo que inevitablemente ha de
perecer también lo propio, es sin duda una suerte de nihilismo al que se accede
desde los últimos estadios de una misantropía radical. Tal es el pensamiento
final, trágico, de Timón respecto al género humano.
… All’s oblique;There’s nothing level in our cursed naturesBut direct villainy. Therefore be abhorredAll feasts, societies, and throngs of men.His semblable, yea, himself, Timon disdains.Destruction fang mankind...[22]
En la
misma línea, desde el punto de vista de la misantropía y el nihilismo, pueden
leerse los parlamentos de Timón en el acto IV de la tragedia, que constituyen
verbalmente la violación y la inversión de todos los órdenes morales de la
vida, el tópico del mundo al revés, así como una rabiosa exaltación aniquiladora del género humano.
Let me look back upon thee. O thou wallThat girdles in those wolves, dive in the earth,And fence not Athens! Matrons, turn incontinent!Obedience fail in children! Slaves and fools,Pluck the grave wrinkled senate from the benchAnd minister in their steads! To general filthsConvert o’th’ instant, green virginity!Do’t in your parents’ eyes. Bankrupts, hold fast!Rather than render back, out with your knives,And cut your trusters’ throats. Bound servants, stead!Large-handed robbers your grave masters are,And pill by law. Maid, to thy master’s bed!Thy mistress is o’th’ brothel. Son of sixteen,Pluck the lined crutch from thy old limping sire;With it beat out his brains! Piety and fear,Religion to the gods, peace, justice, truth,Domestic awe, night rest, and neighbourhood,Instruction, manners, mysteries, and trades,Degrees, observances, customs, and laws,Decline to your confounding contraries,And let confusion live! Plagues incident to men,Your potent and infectious fevers heapOn Athens, ripe for stroke! Thou cold sciatica,Cripple our senators, that, their limbs may haltAs lamely as their manners! Lust and liberty,Creep in the minds and marrows of our youth,That ’gainst the stream of virtue they may striveAnd drown themselves in riot! Itches, blains,Sow all th’Athenian bosoms, and their cropBe general leprosy! Breath infect breath,That their society, as their friendship, mayBe merely poison! Nothing I’ll bear from theeBut nakedness, thou detestable town;Take thou that too, with multipling bans.Timon will to the woods, where he shall findTh’unkindest beast more kinder than mankind.The gods confound —hear me you gods all—Th’Athenians, both within and out that wall;And grant, as Timon grows, his hate may growTo the whole race of mankind, high and low.Amen[23].
La deuda
que la tradición literaria tiene con Shakespeare en la configuración del
personaje nihilista es, sin duda, innegable. Vemos en las últimas palabras de
Timón la confirmación de los atributos nihilistas más contemporáneos: el deseo
de suprimir el lenguaje humano; la negación de toda causalidad y finalidad
lógicas en el curso de los hechos de la naturaleza, que han de desembocar
inevitablemente en un vacío inerte; y la incitación al exterminio de cuanto
existe o posee alguna forma de vitalidad, proclamando una suerte de discurso
aniquiladora cada vez más semejante al que sugiere —sin ejecutarlo nunca— el Mefistófeles
goetheano. Es el de Timón un discurso febril, propio de un sujeto que,
digámoslo paradójicamente, idolatra los atributos destructivos de la nada.
And nothing brings me all things […].Lips, let four words go by, and language end.What is amiss, plague and infection mend.Graves only be men’s works, and death their gain[24].
________________________
NOTAS
[2] Los griegos crearon obras
trágicas, pero no desarrollaron, ni lo pretendieron, ninguna teoría de lo
trágico trascendente a su concepción del teatro, es decir, no elaboraron una
poética de la tragedia que se refiriese a la concepción del mundo como un todo.
Y no lo hicieron pese a concebir lo trágico en un formato dramáticamente puro,
al margen de toda implicación en géneros como la comedia, la fábula menipea o
la sátira. «En ninguna parte nos da la tragedia griega en su gran época
testimonio de un concepto del mundo que podríamos denominar absolutamente
trágico, porque tal concepto no da ocasión para dirigir la mirada hacia lo
Absoluto, hacia un orden significativo, determinado a partir de lo divino. El
orden de esta índole más bien se supone siempre como válido de antemano y es
corroborado por el acontecimiento trágico» (Lesky, 1938/2001: 322).
[3] Esto explica, sin duda,
que el teatro senequista se rehabilite en épocas en las que se trata de
imponer de nuevo un espíritu moralista y didáctico en el arte teatral, tal como
sucedió en las últimas décadas del Humanismo español del siglo XVI y en
diversos momentos del Barroco europeo. La imposibilidad de mantener ante un
público civil y urbano, como era el auditorio del teatro moderno, tal alianza
entre moral y teatro explica su fracaso, especialmente en la generación de
tragediógrafos españoles de 1580. Otra forma de intromisión, amén de la
estoica, entre moral y teatro, la encontramos en la comedia española del Siglo
de Oro. Sin duda la expresión más radical de esta unión la constituye el grueso
de la obra calderoniana, cuyos autos sacramentales representan el límite de
todas las posibilidades de introducir la teología cristiana en la poética, es decir, el
catolicismo en la literatura.
[4] Cfr. Numancia, II,
vv. 789.
[5] Cfr. Numancia, II,
vv. 1097-1104.
[6] Acierta Langbaum al
advertir que «el juicio existencial del personaje, y no el juicio moral, acabó
disolviendo la estructura dramática, al negar la autoridad del argumento,
haciendo que la obra, desde una lectura psicológica, dependa para su éxito,
como el monólogo dramático, de un personaje central con un punto de vista lo
suficientemente definido como para dar sentido y unidad a los sucesos, con una
inteligencia, voluntad y pasión lo suficientemente poderosas, con una fuerza
imaginativa suficiente como para crear la obra entera delante de nuestros ojos,
y darle una densidad y una atmósfera, una inercia íntima, una vida» (Langbaum,
1957/1996: 294).
[7] Cervantes, La gran sultana (I, vv. 178-193).
[8] La
corte de Henry IV no tiene bufón, y parece que su hijo Hal, el príncipe de
Gales, futuro Henry V, lo ha encontrado en Falstaff. Inicialmente, Falstaff se
nos presenta como ladrón, que incita a la complicidad de Hal. Progresivamente
Falstaff nos da muestra de su granujería, irresponsabilidad y egocentrismo,
todo ello en un ambiente de farsa y convicción. Falstaff miente sin engañar. Su
nombre propio podría tener el sentido de false staff, es decir, «falso
bastón», considerado como «falso apoyo». Algunos críticos han visto en Falstaff
un descendiente de ciertos personajes alegóricos del teatro medieval (Vicio,
Iniquidad, Guerra, Lujuria, Corrupción...). Su capacidad de corrupción y
subversión están fuera de toda duda. Otros autores, sin embargo, han asociado
su nombre a la tradición carnavalesca, especialmente a la figura del Lord of
Misrule, es decir, el rey del caos, del desorden, propio de las fiestas
medievales afines al carnaval. Otras figuras, como la del pícaro, o el soldado
fanfarrón, encuentran sin duda en Falstaff una realización literaria y teatral
de primer orden. Falstaff representa la idealización cómica de la libertad, y
en cierto modo su destino trágico. Hal contribuye en cierto modo a una
interpretación lastimosa, acaso de farsa trágica, de Falstaff, cuando dice de
él: «Were’t not for laughting I should pity him» (Shakespeare, Henry IV
(I), II, 2, v. 100, pág. 698; trad. esp. de Ángel Luis Pujante (Madrid,
Espasa Calpe, 2000: 93): «Si no fuese que da risa, me daría lástima»).
[9] Shakespeare, Henry IV (I), II, 4, ll. 341-345, 360-387 y 431-432, págs. 702-703;
trad. esp., op. cit., págs. 112-114 y
116: «Príncipe: Tú haz de mi padre
y pregúntame por mi modo de vida. Falstaff:
¿Sí? Conforme. Esta silla
será mi trono, esta daga mi cetro y este cojín mi corona. Príncipe: Tu trono parecerá una
banqueta, tu cetro de oro una daga de plomo y tu preciada corona una calva
lastimosa. Falstaff: Enrique, no
sólo me asombra dónde pasas el tiempo, sino también tus compañías. Pues, aunque
la manzanilla, cuanto más la pisan, más rápido crece, la juventud, cuanto más
se malgasta, antes se consume. De que eres hijo mío tengo, por un lado, la
palabra de tu madre y, por otro, mi propia opinión: me lo confirman, sobre
todo, un mísero rasgo de tus ojos y ese labio inferior que te cuelga tan
ridículo. Luego si eres hijo mío –ahí están tus señales–, ¿por qué, hijo mío,
tantos te señalan? ¿Habrá de hacer novillos el bendito sol del cielo y comer
zarzamoras? Pregunta que no ha lugar. ¿Habrá de ser un ladrón y robar bolsas el
hijo del rey? Pregunta que sí ha lugar. Enrique, hay una cosa de la que has
oído hablar y que en nuestra tierra se llama la pez. Como escribieron los
antiguos, la pez mancha, igual que las compañías que frecuentas. Pues, Enrique,
no te hablo con licor, sino con lágrimas; no gozando, sino sufriendo; no sólo
con palabras, también con penas. Y, sin embargo, hay un hombre virtuoso a quien
he visto contigo muchas veces, pero no sé cómo se llama […]. Uno de espléndida
presencia y mucho cuerpo, de aspecto alegre, mirada agradable y porte muy
noble. Tendrá unos cincuenta años, quizá vaya para los sesenta. Ahora me
acuerdo, se llama Falstaff. Si tirase a libertino, Enrique, mucho me engañaría,
pues veo virtud en su mirada. Si al árbol se le conoce por el fruto y al fruto
por el árbol, te digo decididamente que en ese Falstaff hay virtud. Con él
quédate y destierra a los demás […]. Desterrad al orondo Falstaff y desterráis
al mundo entero».
[10] «Auch Gotter verwesen! Gott ist todt! Gott bleibt todt! Und
wir haben ihn getödtet! [...]. Es gab nie eine grössere That, — und wer nur
immer nach uns geboren wird, gehört um dieser That willen in eine höhere
Geschichte, als alle Geschichte bisher war! […]. Was sind denn diese Kirchen
noch, wenn sie nicht die Grüfte und Grabmäler Gottes sind?» (Nietzsche [1882, 18872/1988:
482-483]. Trad. esp. de Luis Jiménez Moreno, El Gay saber, Madrid, Espasa-Calpe,
1986, págs. 155-156: «También los
dioses se corrompen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto!, y ¡nosotros lo hemos
matado! […]. No hubo nunca hecho más grande —y cuantos nazcan después de
nosotros pertenecerán a una historia superior a toda la historia precedente a
causa de este hecho […]. ¿Qué son, pues, estas iglesias ya, sino las sepulturas
y los monumentos funerarios de Dios?»).
[11] Shakespeare, Henry IV (I), IV, 2, ll. 11-41 y 52-58, págs. 712; trad.
esp., op. cit., págs. 148-149: «Falstaff:
Si no me dan vergüenza mis soldados, soy salmonete en vinagre. He abusado
vilmente del reclutamiento. Por ciento cincuenta soldados me he llevado
trescientas y pico libras. Yo sólo recluto a propietarios de casa y tierras, a
sus hijos; me busco novios amonestados ya dos veces en la iglesia; a una
partida de comodones que antes oirían al diablo que un tambor; a los que les da
más miedo un disparo de mosquete que un ave alcanzada o un pato salvaje herido.
Sólo he reclutado a esos blandengues que tienen el ánimo más chico que una
cabeza alfiler, y que han pagado por librarse. Ahora toda mi tropa se compone
de abanderados, cabos, tenientes suboficiales: unos míseros más harapientos que
Lázaro en pintura, al que los perros del glotón le lamían las llagas; y de
otros que jamás fueron soldados, sino sirvientes despedidos por pillería, hijos
menores de segundones, mozos de taberna huidos y mozos de cuadra sin trabajo,
parásitos de la paz y de la calma, diez veces más indecentes que una vieja
bandera desgarrada. Éstos que tengo para llenar los huecos de los que se
libraron parecen ciento cincuenta hijos pródigos desastrados, recién salidos de
una pocilga, de comer desperdicios. Por el camino me paró un loco y me dijo que
yo había limpiado todos los patíbulos y reclutado a los cadáveres. Nadie vio
jamás tales espantajos. No pienso atravesar Conventry con ellos, eso seguro.
Sí, y los rufianes marchan a pierna abierta, como si llevasen grilletes (la
verdad es que a la mayoría los saqué de la cárcel). No se ve camisa y media en
toda mi compañía, y la media son dos pañuelos atados echados sobre los hombres,
como un tabardo sin mangas. Y la camisa, a decir verdad, robada al posadero de
San Albano o al hostelero de nariz roja de Daventry. Pero da igual: ya
encontrarán suficiente ropa blanca tendida al sol […]. Príncipe: Pero dime, Juan, ¿de quién son esos tipos que te
siguen? Falstaff: Míos, Hal, míos.
Príncipe: Jamás vi morralla más
patética. Falstaff: ¡Bah, bah! Son
buenos para ensartarlos. ¡Carne de cañón, carne de cañón! Llenarán la fosa
igual que otros mejores. ¡Bah! Son mortales, son mortales».
[12] En la
misma línea de burla y desmitificación del honor se expresa el protagonista de Sganarelle
ou le cocu imaginrie (1660), de Molière. Al respecto, vid. especialmente la
escena XVII de esta obra.
[13] Shakespeare, Henry IV (I), V, 1, ll. 130-139 y 3, ll. 119-123, págs. 715 y 718;
trad. esp., op. cit., págs. 160-161 y 173: «El honor, ¿puede unir una
pierna? No. ¿O un brazo? No. ¿O quitar el dolor de una herida? No. Entonces el
honor, ¿no sabe de cirugía? No. ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué hay en la
palabra honor? ¿Qué es ese honor? Aire. ¡Bonita cuenta! ¿Quién lo tiene? El que
murió el otro día. ¿Lo siente? No. ¿Lo oye? No. ¿Es que es imperceptible? Para
los muertos, sí. Pero, ¿no vive con los vivos? No. ¿Por qué? Porque no lo
permite la calumnia. Entonces, yo con él no quiero nada. El honor es un blasón
funerario, y aquí se acabó mi catecismo […]. Morir es ser actor, porque un
hombre sin vida es la ficción de un hombre vivo. Pero fingir la muerte para
seguir vivo no es fingir: es dar la verdadera imagen de la vida».
[14] Shakespeare, Henry IV
(II), V, 5, vv. 47-48, pág. 759; trad. esp., op. cit., pág. 301: «No
te conozco, anciano; vete a rezar. / ¡Qué mal sientan las canas a un bufón!».
[15] Shakespeare, The History of King Lear,
págs. 913-914,
I, 2, vv. 1-15 y 108-121. Trad. esp. del Instituto Shakespeare, dirigida por
M. A. Conejero, 1995, págs. 83 y 89: «¡Naturaleza, eres mi diosa! A tu ley mis
servicios / se consagran. ¿Por qué habría yo de soportar el yugo / de la
costumbre y permitir que el mundo / con su arbitrariedad me desherede, y sólo
por tener / doce o catorce lunas menos que mi hermano? / ¿Por qué innoble o
bastardo, cuando mis proporciones / son armoniosas, noble mi intención,
legítima mi forma / como si fuese el hijo de una mujer honrada? / ¿Por qué se
nos señala como innobles o viles? / ¿Por qué como bastardos? ¿Por qué como
ilegítimos / a quienes obtuvimos de la furtiva lascivia de la Naturaleza / más
gallardía e ímpetu que el que en un lecho insípido, / tedioso y duro sirve para
procrear / una tribu de necios, engendrados / entre sueño y vigilia? […]. / Es
la suprema estupidez del mundo que cuando enfermos de fortuna, muy a menudo por
los excesos de nuestra conducta, culpemos de nuestras desgracias al sol, la
luna y las estrellas; como si fuéramos malvados por necesidad; necios por
existencia de los cielos; truhanes, ladrones y traidores por el influjo de las
esferas; borrachos, embusteros y adúlteros por obediencia forzosa a la
influencia planetaria, y cuanto hay de mal en nosotros fuese una imposición
divina. Qué admirable la excusa del hombre putañero, poner su sátira
disposición a cuenta de los astros. Mi padre holgaba con mi madre bajo la cola
del Dragón y fui a nacer bajo la Osa Mayor, de lo que se deduce que soy
violento y lujurioso, ¡bah! habría sido el que soy, aunque la estrella más
virginal del firmamento hubiera centelleado mientras me hacían bastardo...»
[16] Shakespeare, The History of King Lear,
pág. 915, I, 2, vv. 166-171. Trad. esp. en op.
cit., págs. 92: «Un padre crédulo y un noble hermano, / cuya naturaleza
está tan lejos de hacer mal / que no sospecha nada, y sobre cuya necia
honestidad / cabalgan mis intrigas libremente. Ya veo la jugada; / obtenga
tierras yo por el ingenio, que no por nacimiento; / todo bueno será si puedo
conformarlo a mi deseo».
[17] La figura del misántropo
aparece en la cultura inglesa a lo largo del siglo XVI en varias colecciones de
relatos, especialmente en la de Painter, The
Palace of Pleasure, una de las fuentes manejadas por Shakespeare. Con anterioridad
a este dramaturgo, aparece en un pasaje de la antigua comedia titulada Jack Drum’s Entertainment.
[18] Flavio es uno de los
criados de Timón que más afecto muestra hacia su amo. En el aparte de la escena
segunda del acto I muestra claramente nobleza de carácter frente a su señor, y
allí mismo trata de disuadir a Timón de los excesos de la generosidad y el
altruismo, sin que su amo le preste entonces la atención necesaria. Flavio
introduce además importantes reflexiones sobre la vanidad y la futilidad de la
vida humana: «El mundo —dirá— no es más que una palabra» (II, 1). Los criados
se muestran comprensivos con su amo incluso cuando han de ir a pedir dinero
prestado a Sempronio, uno de los supuestos amigos de Timón. Servilio impreca
así a Sempronio, por su cinismo y su ingratitud: «Vuestra señoría es un canalla
bajo la máscara de hombre virtuoso» (III, 3).
[19] El pintor es uno de los
personajes cuyas declaraciones se suman al pesimismo y decepción que, respecto
al género humano, dominan en el mensaje de la obra: «Salvo en las jerarquías
del sencillo y franco pueblo, hacer lo que se dice está completamente pasado de
moda» (V, 1).
[20] Las palabras de
Alcibíades frente al senado ateniense en favor de Timón constituyen un
magnífico discurso en pro de la energía y la pasión como cualidades
principales del temperamento humano. Sus palabras cuestan a Alcibíades el destierro de Atenas, uno de los castigos más indecorosos que podían infligirse
en aquella sociedad. Poco después Alcibíades reprochará al senado ateniense su
vejez y su chochez, que los senadores consideran venerable ancianidad: «Sé que
vuestras edades respetables aman la seguridad […]. ¡Me desterráis! ¡Desterrad
vuestra chochez! ¡Desterrad la usura que cubre al Senado de ignominia!» (III,
3).
[21] Una serie de atributos
configuran inicialmente el carácter de Timón: a) confía en el pragmatismo y el
progreso: «Fundar su fortuna, porque ésa es una obligación de los hombres» (I,
1); b) desenmascara la hipocresía: «Son hermosos defectos los que tienen por
principio la generosidad» (I, 2); c) desmitifica los fastos y la apariencia de
los prestigios humanos: «Las ceremonias fueron inventadas en su origen para dar
lustre a las acciones hipócritas, a las bienvenidas falaces, a la generosidad
poco decidida que se arrepiente antes de mostrarse; pero allí donde existe
verdadera amistad, no hay necesidad de ceremonias» (I, 2); d) y admite al fin
que ha sido incontroladamente generoso: «He dado locamente, pero no
innoblemente» (II, 1).
[22] Shakespeare, Timon of Athens, pág.
899, IV, 3, vv. 18-23. Trad. esp. de Luis Astrana Marín, Timón de Atenas, Madrid, Espasa-Calpe,
1972, pág. 177: «Todo es oblicuo; nada está nivelado en nuestras naturalezas
malditas, sino la recta infamia. En consecuencia, ¡que los hombres sean
aborrecidos en sus fiestas, sus sociedades, sus muchedumbres! Sí, Timón
desprecia a su semejante; sí, se desprecia a sí mismo. ¡Que la destrucción se
trague al género humano!».
[23] Shakespeare, Timon of Athens, IV, 1,
vv. 1-41, pág. 898. Trad. esp., op. cit., págs. 173-174: «¡Déjame que te
mire todavía! ¡Oh tú, muralla que rodeas a estos lobos, húndete en la tierra y
no protejas más a Atenas! ¡Matronas, volveos impúdicas! ¡Padres, que se cambien
vuestros hijos en desobedientes! ¡Esclavos y payasos, arrancad de sus asientos
a los graves senadores de arrugas venerables y gobernad en su puesto!
¡Banqueros en quiebra, manteneos firmes, y antes que pagar vuestras deudas,
sacad vuestros cuchillos y cortad las gargantas de vuestros prestatarios!
¡Criados de confianza, robad! ¡Vuestros sesudos amos son los ladrones de mangas
anchas que saquean con la autoridad de la ley! ¡Corred a los lupanares
públicos, jóvenes vírgenes, y hacedlo a la vista de vuestros padres!
¡Sirvienta, entra en el lecho de tu amo; tu ama pertenece al burdel! ¡Niño de
dieciséis años, despoja al viejo cojitranco de tu padre de su muleta aforrada y
sírvete de ella para saltarle los sesos! ¡Que la piedad, el temor, la religión
hacia los dioses, la paz, la justicia, la verdad, el respeto de la familia, el
descanso de las noches, las relaciones de vecindad, la instrucción y los modales,
los cultos, los oficios, las jerarquías, las tradiciones, las costumbres y las
leyes se desvíen en las contrarias anarquías y reine la confusión! ¡Plagas que
atacáis a la humanidad, amontonad vuestros contagios potentes e infecciosos
sobre Atenas, madura para vuestras pestes! ¡Fría ciática, tulle a nuestros
senadores, a fin de que sus piernas cojeen tan fuertemente como cojean sus
costumbres! ¡Licencia y lubricidad, deslizaos en las almas y en las médulas de
nuestros jóvenes, con objeto de que puedan luchar contra la ola de la virtud y
ahogarse en el libertinaje! ¡Sarnas, úlceras, esparcíos sobre todos los senos
atenienses y llevad a ellos la siembra de una lepra general! ¡Que el aliento
infecte el aliento, para que su sociedad como su amistad no sea más que veneno!
¡No me llevaré nada tuyo, sino la desnudez, ciudad detestable, que pese también
sobre ti con mil y mil maldiciones! Timón se va a los bosques, donde encontrará
a la más salvaje de las bestias más tierna que el género humano. ¡Que los
dioses confundan —oh dioses buenos, escuchadme todos— a los atenienses en su
ciudad y fuera de su ciudad, y concedan a Timón el que se incremente cada vez
más su odio hacia la especie humana toda, grandes y pequeños, a medida que
avance en edad! ¡Amén!».
[24] Cfr. W. Shakespeare, Timon of Athens, V, 2, vv. 73 y 105-107, pág. 906. Trad. esp., op. cit., págs. 201-202: «La nada me lleva hacia todas las cosas […]. ¡Que mi lenguaje se extinga; lo que es malo, que la peste y la infección lo remedien! ¡Las únicas obras de los hombres son sus tumbas y su sola ganancia la muerte!».
- MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Nihilismo y tragedia en el teatro de Cervantes y Shakespeare», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (IV, 2.15), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).
⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria
- El Hispanismo contra la posmodernidad anglosajona: contra Terry Eagleton.
- El lugar del Quijote en la genealogía de la literatura. Idea de religión en Cervantes.
- El objetivo de la Universidad posmoderna es destruir la literatura. Biblioteca Cánovas del Castillo, Málaga, con Francisco Carriscondo.
- Entrevista de Antón García Fernández a Jesús G. Maestro sobre la Crítica de la razón literaria.
- Filosofía y liderazgo en el Quijote.
- Fundación Pastor de Estudios Clásicos de Madrid: presentación de la Crítica de la razón literaria, con Pedro Insua.
- ¿Cómo estudiar la literatura en el siglo XXI? Presentación de la Crítica de la razón literaria en Gijón, Biblioteca Pública Jovellanos, con Francisco Borge.
- ¿Cómo leer a Cervantes en las Universidades del siglo XXI? Conferencia en la Fundación Adolfo Domínguez.
- Cervantes, el Quijote y la Filosofía en la novela y teatro cervantinos según la Crítica de la razón literaria.
- La Galatea de Cervantes o cómo preservar la literatura de la religión.
- Cervantes y La Numancia: hacia una poética moderna y contemporánea de la tragedia.
- Presencia de La Numancia en diferentes modelos de dramaturgia trágica.
- Idea de libertad en La Numancia de Cervantes.
- El personaje teatral en las comedias de Cervantes.
- Los entremeses de Cervantes: ¿ridiculización o comprensión del ser humano?
- Introducción al Quijote. Nueve criterios para interpretar el Quijote.
- Filosofía y liderazgo en el Quijote.
Presencia de La Numancia de Cervantes
en diferentes modelos históricos de tragedia
Cervantes y La Numancia:
la secularización de la tragedia en el teatro moderno
El personaje nihilista en Rey Lear y Timón de Atenas de Shakespeare
Cervantes sobre Shakespeare:
es irracional de comparar al autor del Quijote con mitos anglosajones
Cervantes contra Shakespeare:
la literatura es una construcción política
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