VI, 2 - Teoría de la Literatura y materialismo filosófico

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Teoría de la Literatura y materialismo filosófico


Referencia VI, 2

 

Teoría de la Literatura y materialismo filosófico

Aristóteles es el único filósofo que, en 25 siglos, ha construido una Teoría de la Literatura sistemática. Algo así es un hecho insólito. Esta teoría literaria está contenida en su libro de Poética dedicado a la tragedia. El dedicado a la comedia parece haberse perdido. Aristóteles, en su Poética, da a luz el texto fundador de la Teoría de la Literatura, entonces considerada como ciencia que estudia conceptualmente el arte que imita mediante el lenguaje, a partir de una téchnee o saber hacer literario, a través de una serie de proposiciones derivadas de principios, y orientada a hacer inteligibles conceptos específicos de las formas y materiales literarios.

Ningún otro filósofo, durante 25 siglos —al menos hasta el momento de escribir hoy, 3 de diciembre de 2017, estas líneas—, ha vuelvo a construir, desde una filosofía, una Teoría de la Literatura, es decir, un sistema conceptual o científico de interpretación de las formas y materiales literarios. ¿Por qué?

Muchos filósofos, tanto en sus escritos diversos o ensayos como en sus obras sistemáticas, se han referido a la literatura, pero no han construido una Teoría de la Literatura, ni mucho menos de forma sistemática.

En múltiples casos, ni siquiera lo han pretendido. Y digámoslo abiertamente: no habrían podido hacerlo. ¿Por qué? Pues porque su filosofía no daba para ello. No todas las filosofías son lo suficientemente potentes como para habérselas con la literatura. Por suerte o por desgracia, las palabras de Hamlet a Horacio son demasiado certeras en algunos momentos de la Historia: «Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que sospecha tu filosofía» (Hamlet, I, 5).

Lo he dicho muchas veces: la literatura es el Talón de Aquiles de los filósofos. Platón la desterró del Estado… Agustín de Hipona practicaba la bibliomancia… Tomás de Aquino tiene como mayor logro haber construido una filosofía que hizo posible la Divina commedia de Dante, y no puede imputársele a este santo padre de la Iglesia otro mérito por lo que a la literatura se refiere… El racionalismo de Spinoza evitó toda relación posible con la literatura, a la que reemplazó por la ecdótica y filología bíblicas… Kant no supo darle valor alguno al hecho literario, y diagnosticó su gratuidad absoluta e ideal en el conjunto acrítico de las artes… Hegel no pasó de plantear una estética ebriamente luterana que, en literatura, se limitó apenas a los géneros literarios, confirmando una ordenación porfiriana, idealista y romántica, hoy insalvable desde cualquier punto de vista… Marx y Engels pasaron por la literatura de puntillas… Nietzsche habló de todo, pero no dijo nada teóricamente relevante para la literatura… Bergson se confinó a escribir sobre la risa, incapaz de abordar la literatura más allá de lo cómico… Freud cogió a la literatura por los genitales, pero nunca supo exactamente qué hacer con ella… Ortega fue una suerte de Montaigne empequeñecido por la literatura en general y por el Quijote muy en particular… La mayor parte de los filósofos, es inevitable reconocerlo, no ha sido más que una corte de marionetas en manos de la literatura, que ha supuesto para ellos una de las mayores trampas con las que jamás imaginaron encontrarse.

De hecho, casi todos los filósofos que han intentado teorizar sobre la literatura han fracasado sordamente. También sórdidamente. Algunas excepciones han simulado ocasionales aciertos, y se han quedado en la redacción de uno —acaso dos— libros en los que exponen ideas, más que conceptos, sobre lo que es la literatura (Sartre), la sociología de la novela (Lukács), la presunta invención de una forma de hacer teatro (Brecht), la fenomenología de la poesía de un Hölderlin (Heidegger), la psicología de la literatura (Bachelard), etc. En la mayor parte de los casos, sus aportaciones han quedado completamente disueltas en una suerte de aparente crítica literaria, más o menos fértil, académica o comercialmente hablando.

A los filósofos les gusta ser muy críticos con los demás, y jactarse de la superioridad —narcisista, sin duda— de mostrar el mundo al prójimo, como si el resto de la gente, su prójimo, no se dedicara comúnmente a cosas más útiles, entre ellas, a trabajar. Hay algo que muchos filósofos olvidan con demasiada frecuencia: el trabajo permite al ser humano madurar. Es importante tener en cuenta esta cita con la realidad. 

Desde antes de Aristóteles, Platón, quien comprendió muy bien qué era la literatura de su tiempo y —sobre todo— las escasas competencias del ser humano para entenderla correctamente, resolvió el problema derogando la literatura misma, o, acaso, de forma puntual, reduciéndola a lo que hemos denominado literatura programática o imperativa. Y, como se ha dicho, desde Aristóteles, y durante 25 siglos, ningún filósofo ha podido construir, ni ha sabido hacerlo, una Teoría de la Literatura. ¿Por qué?

Subrayo que el marxismo, en todas sus variantes, lo intentó, no porque le interesara la literatura, sino porque estaba obsesionado por intervenirla y controlarla. Como también anteriormente lo habían estado los patriarcas de la Iglesia, los moralistas de todos los tiempos, y hoy, sin ir más lejos, los inquisidores ideológicos de lo políticamente correcto. En su caso, el marxismo diseñó ante todo modelos de intervencionismo literario y de recepción interpretativa. Su objetivo no era la literatura, sino el dominio de su transducción, y la elaboración de formas objetivas de recepción y de estética. Sus resultados fueron siempre incompletos, ablativos e infértiles. La fenomenología redujo la interpretación literaria a psicología, mitología y posmodernidad. La filosofía analítica convivió con una suerte de teoreticismo que jibarizó el hecho literario y lo diseccionó hasta dejarlo en pura palabrería, en retórica muerta, en formalismo necrótico.

Sin embargo, en toda esta trayectoria histórica de algo más de 25 siglos, habría podido surgir una excepción: Gustavo Bueno y el materialismo filosófico. Ésta pudo haber sido una cita inesquivable. En los últimos años de su vida Bueno mostró hacia la literatura una idea diferente de la que había manifestado con anterioridad. Sobre todo, tras analizar el Quijote en relación con su interpretación de la Historia de España. Sin embargo, tras su fallecimiento, Bueno y su obra quedaron en manos de los «buenistas». Y, a mi juicio, estas posibilidades de interpretación literaria resultaron frustradas por algunos de sus propios discípulos o seguidores, quienes incurrieron en un dogmatismo creciente, próximo incluso a un fundamentalismo filosófico. 

Es manifiesto e innegable que el materialismo filosófico construido por Gustavo Bueno nunca situó a la literatura entre sus objetivos más inmediatos. Más bien le profesó, en la línea de Platón, un explícito desdén. Bueno se ocupó muy puntualmente de la interpretación de algún autor y de alguna obra literaria, y lo hizo siempre con pericia admirable y decisiva. Pero Gustavo Bueno era un filósofo, no un teórico de la literatura. Y construyó una filosofía, que es el materialismo filosófico, pero no una Teoría de la Literatura. Es manifiesto que Bueno, en sus relaciones con la literatura, ejerció como crítico literario, pero no como teórico[1]. Suponemos que ni lo pretendió, ni le interesó. Ese testigo, sin permiso de nadie, lo hemos recogido en nuestra Crítica de la razón literaria, al reinterpretar, sin incurrir en buenismo, es decir, desde un punto de vista propio, capítulos esenciales de la obra de Bueno. La Crítica de la razón literaria es una interpretación de la literatura desde las exigencias de la literatura, no desde las exigencias del materialismo filosófico de Bueno, y aún menos desde las exigencias de los buenistas, que nunca hemos compartido. En algunos pasajes importantes, la propia Crítica de la razón literaria es una reinterpretación del pensamiento de Bueno desde las exigencias de la propia literatura, y no al revés. Naturalmente, esta investigación —así como sus resultados contó con el aplauso de algunos intérpretes de Bueno y, simultáneamente, con el anatema de algunos de sus discípulos. Nos resultó siempre completamente indiferente. Elogio y vituperio valen lo mismo: nada.

Resulta innegable que de su sistema de pensamiento, el materialismo filosófico, puede extraerse una Teoría de la Literatura global, sistemática y científica. Peor hubo que construirla, y ninguno de sus declarados discípulos o seguidores lo hizo nunca. Lo hizo, sin embargo, un profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, no formado en el buenismo, y que nunca había sido discípulo de Bueno. 

Los resultados de esta Teoría de la Literatura, que reinterpreta capítulos fundamentales del materialismo filosófico, los hemos expuesto en la Crítica de la razón literaria. Se esté de acuerdo o no con los resultados a los que hemos llegado —algo por otro lado totalmente irrelevante (a mí me importa un bledo que se esté o no de acuerdo con lo que escribo y hago)—, del materialismo filosófico y la literatura no puede hablarse hoy ignorando la Crítica de la razón literaria, una obra que muchos celosos discípulos de Bueno hubieran querido escribir. La envidia delata demasiadas carencias. La envida es la forma más siniestra de admiración. 

Incluso podríamos decir que, de no ser por la Crítica de la razón literaria, el materialismo filosófico de Bueno no sería, en sí mismo, es decir, tal como el propio Bueno lo compuso y elaboró, y sin las debidas explicaciones, proyecciones y transformaciones, a las que puntualmente lo hemos sometido respecto a las formas y materiales literarios, no sería —digo— un instrumento servible, competente, o simplemente apto, para la interpretación de la literatura.

Quienes discuten las compatibilidades de la Crítica de la razón literaria con el materialismo filosófico de Bueno, allí donde estas explícitas diferencias y alteraciones se manifiestan, deben asumirlas como lo que son: inevitables, necesarias y útiles en el campo de la Teoría de la Literatura. Aunque a ellos les parezcan evitables, innecesarias e inútiles —o simplemente erradas—, desde un punto de vista inmanente (o emic, dentro del materialismo filosófico, como ellos dicen). La Crítica de la razón literaria no se ha escrito para que su autor manifieste o exhiba sus compatibilidades con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, sino para demostrar —entre otras cosas— que la literatura es, como advirtió el propio Bueno, una materia que puede y debe analizarse mediante conceptos, es decir, para demostrar que la literatura es inteligible. 

Por encima de las alianzas entre Teoría de la Literatura y materialismo filosófico está la intelección de lo que la literatura es. Porque la Crítica de la razón literaria es incompatible con aquellos aspectos del materialismo filosófico que son incompatibles con la Literatura. Y lo son allí donde puntualmente tales aspectos se manifiestan, esto es, no tanto en la obra de Bueno cuanto sí en las interpretaciones de algunos de sus «preceptistas», quienes actúan, en muchos casos, como un Scaligero renacentista que pretende subyugar como propia la Poética Aristóteles. La Crítica de la razón literaria no es una preceptiva, sino una poética. Sólo quien sabe de Teoría de la Literatura puede comprender esta última afirmación.

Afirmar que la Crítica de la razón literaria es incompatible con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno, entendido este último como una preceptiva filosófica, exige tener en cuenta algo no menos importante y decisivo: que el materialismo filosófico como preceptiva es incompatible con la literatura. Y, por supuesto, con las tesis que plantea una obra abierta, por ser crítica, científica y dialéctica, como es la Crítica de la razón literaria. Si el adversario se envanece por declarase a 300 metros de nosotros, que no olvide que precisamente por eso mismo nosotros estamos a 300 metros de él[2]. Creer en la interpretación preceptiva de un sistema de pensamiento, e imponer esa creencia como tal por encima de la ontología de la literatura, equivale a ignorar la realidad, la filosofía, la literatura, la Teoría de la Literatura y, por supuesto, también el propio materialismo filosófico. Y, por supuesto, equivale a ignorar, y por completo, lo que es una obra como la Crítica de la razón literaria.

 

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NOTAS

[1] De las relaciones de Gustavo Bueno con la literatura me he ocupado en varias ocasiones: Jesús G. Maestro (2016), «Gustavo Bueno, Cervantes y la literatura», El Catoblepas, 174 (31). Aún queda mucho por decir. Ramón Rubinat ha reunido abundantes materiales sobre esta relación entre Bueno y la literatura. Confiamos en que en algún momento los publique e interprete. 

[2] Tras la muerte de Bueno, en 2016, y sobre todo tras la la edición de la Crítica de la razón literaria, en 2017, hemos sido testigos de múltiples polémicas internas entre los buenistas. No hemos participado jamás en ninguna de ellas. Nada tenemos que ver con esos conflictos, ajenos por completo a nuestra formación curricular y a nuestra trayectoria docente, investigadora y académica, desarrollada de forma siempre independiente de toda tendencia, en diferentes universidades, desde 1994, como profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. No soy responsable de lo que hago en los sueños y pesadillas de los demás.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Teoría de la Literatura y materialismo filosófico», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (VI, 2), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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