VI, 14.16 - La cultura es la religión de los ateos de diseño, porque lo contrario de la religión no es el ateísmo, sino la filosofía


 Crítica de la razón literaria

 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





La cultura es la religión de los ateos de diseño, porque lo contrario de la religión no es el ateísmo, sino la filosofía


Referencia VI, 14.16


Crítica de la razón literaria Jesús G. Maestro

Más precisamente, de los ateos posmodernos. Habitantes jactanciosos de un tercer mundo semántico. Es curioso cómo esta forma de ateísmo, en varios modos más irracional incluso que muchas formas de creencia religiosa, adora un politeísmo de divinidades vivientes: los artistas. 

Entre los artistas, el escritor constituye la figura por excelencia de la divinidad cultural. El politeísmo cultural es, en este punto, sobresaliente y superlativo. La cultura es un paritorio de dioses y diosas vivientes.

Los fieles adoran a estas divinidades vitalicias, con pretensiones eviternas. Creen incluso encontrar en la adoración por estos seres una especie de salvación terrenal, la preservación de su supuesta —y tan hipotética— inteligencia, la superioridad moral de que ha de investirles la numinosidad cultural. Honrarás a tus ídolos culturales como a ti mismo. Cuidarás de tus escritores como de tu propia salud corporal. Incluso más aún que de tu propia salud corporal. Velarás por que, además de cobrar sus pensiones, vean garantizados sus recursos económicos haciendo compatible su trabajo por la cultura con su pensión estatal. He aquí el liberalismo que el proletariado de fieles quiere preservar y ofrendar a sus dioses privilegiados. ¿Cabe mayor servilismo por la fe? Ni el luteranismo puede ofrecer más.

Las personas presuntamente inteligentes se comportan ante el politeísmo cultural como el pueblo llano del Siglo de Oro español ante la inquietud de portar sangre judía, morisca o conversa. El anatema de que la incultura es el pecado original de nuestro tiempo exige que todo el mundo quiera ser culto, que haya de acreditar una «pureza de sangre» intelectual, y que deba demostrar un toque culturalmente «ario» —políticamente correcto— frente a los que no lo son.

No es cierto que vivamos en una sociedad sin vergüenzas. Hay vergüenza. Y mucha. Una vergüenza que ha mudado sus lugares tradicionales y ha buscado nuevas posiciones. Hoy nadie se avergüenza de ser imbécil, pero sí de quedar por inculto. La cultura es un excelente instrumento de coacción social, como antaño lo era la religión, en tiempos más recientes la raza, u hoy en día el uso de una lengua vernácula frente al español, como tecnología lingüística, por ejemplo.

La cultura es el timo más cuidadosamente idolatrado por la posmodernidad. La gran fortuna de la ignorancia es que nos libera de ese timo, más sofisticado cada día.

Los cultos de la posmodernidad creen que las religiones son irracionales, y de hecho las reemplazan por contenidos posmodernos de cultura, bajo los cuales se parapetan y atrincheran. Pero ignoran algo importante: ignoran que, a veces, el ateísmo cultural es la forma más irracional de ser y de estar en el mundo. Porque muchas de esas veces el ateísmo es la forma más irracional de organizar las creencias. Sobre todo cuando se pretende que la cultura reemplace ya no a la religión, sino a la ciencia y a la filosofía crítica, es decir, a la razón.

Lo contrario de la religión no es el ateísmo, sino la filosofía. Aunque no coincido plenamente con las siguientes palabras de Northrop Frye, porque me parece irresponsable decir lo que dice sin citar a la filosofía crítica de forma explícita, puedo aceptarlas sumariamente. E incluso recomendarlas.

Son palabras que sin duda gustarán a los filólogos, a quienes comúnmente les gusta cualquier cosa que esté escrita (diga lo que diga, y por absurda que sea). Tal es su ansiedad por reducir el mundo a palabras (pues creen que pueden interpretar el mundo interpretando palabras). Mayor aún que la ansiedad de los químicos por reducir el mundo a la tabla periódica.

He aquí la cita de Frye, según la cual (y es lo que me interesa subrayar) la literatura es una construcción humana al servicio de la razón: de la razón práctica. Porque la razón teórica no basta.

 

Es esencial que el profesor de literatura, a cualquier nivel, recuerde que, en una moderna democracia, el ciudadano participa en la sociedad principalmente a través de la imaginación […]. A nuestro alrededor existe una sociedad que exige que nos adaptemos o lleguemos a un pacto con ella. Y lo que tal sociedad nos ofrece es una mitología social. La publicidad, la propaganda, los discursos políticos, los libros y revistas populares, los clichés del rumor vienen con sus peculiares mitos pastoriles, caballerescos, heroicos, sacrificiales; y nada podrá arrojar fuera de la mente esas falsas construcciones, salvo sus formas genuinas. Todos sabemos lo importante que es la razón en un mundo irracional […]. La verdadera sociedad, el conjunto total de lo que la humanidad ha hecho y puede hacer, se nos revela a través de las artes y las ciencias; nada salvo la imaginación puede abarcar la realidad como un todo; y, en una cultura tan verbal como la nuestra, nada salvo la literatura puede preparar la imaginación para luchar por la cordura (Frye, 1971/1973: 148).






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