III, 5.3.6 - Concepto de ficción en la literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
__________________________________________________________________________________


Índices





Concepto de ficción en la literatura


Referencia III, 5.3.6


Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

La ficción forma parte necesariamente de la realidad, porque realidad y ficción no son conceptos antitéticos o insolubles, sino conceptos conjugados. El concepto de ficción se ha sobreestimado epistemológicamente a la hora de interpretar la literatura. Desde una perspectiva epistemológica es equívoco y confuso, y desde una perspectiva gnoseológica resulta estéril a la interpretación de la literatura, pues exigiría al discurso literario pretensiones de verdad científica. La única opción que permite examinar, desde criterios racionales y contenidos lógicos, y por tanto materialistas, el concepto de ficción literaria, es la perspectiva ontológica.



6.1. Ficción y realidad


Ficción y realidad son conceptos conjugados e indisociables. La ficción no existe sin alguna forma de implicación en la realidad. La literatura, de hecho, no existe al margen de la realidad. No salimos de la realidad cuando accedemos a la ficción. La literatura nace de la realidad y nadie ajeno a la realidad puede escribir obras literarias ni interpretarlas. La literatura no es posible en un mundo meramente posible. No hay «mundos posibles»: sólo hay un mundo, el real. Los denominados «mundos posibles» son ficciones filosóficas. Muy al contrario, la literatura sólo es factible en un mundo real, como construcción y como interpretación. Los materiales de la literatura son reales o no son. Para que algo pueda llegar a ser ficticio es imprescindible que tenga alguna forma de anclaje o referencia en el mundo real. Dicho de otro modo: un término es ficticio sólo cuando alguno de sus componentes es real. De otro modo, la ficción resultaría ilegible e incomprensible, cuando no insensible o imperceptible, a las posibilidades de captación y observación humanas.

 


6.2. Idea y concepto de ficción en la literatura

Es ficción aquella materialidad cuya existencia no es operatoria, sino solamente estructural. Las estructuras ficticias, carentes de existencia operatoria, son características del arte, la literatura y la filosofía, entre otras actividades humanas, entre las cuales también se encuentran en ocasiones las ciencias y con frecuencia también la pedagogía y los recursos educativos. La formulación de un problema matemático o químico, con fines pedagógicos o educativos, es una ficción pura. Don Quijote, Hamlet, las representaciones artísticas de la Medusa gorgona, como las de un unicornio o de un cancerbero tricefálico, son ficciones literarias que carecen de existencia operatoria fuera del mundo artístico que les confiere representación formal y materialización estructural. Lo mismo cabe decir de las ficciones filosóficas, tales como el Demiurgo platónico, el Motor perpetuo aristotélico, el Dios de Tomás de Aquino, el Alma de Descartes, la Substancia pura de Spinoza, el Leviatán de Hobbes, la idea misma Realidad de Kant, el Espíritu absoluto de Hegel, la idea de Materia del Marx, el Superhombre de Nietzsche, el Inconsciente de Freud, el Dasein de Heidegger o el Ego trascendental de Bueno, entre tantas otras ficciones creadas por los filósofos de todos los tiempos para fundamentar, paradójicamente sobre ficciones puras, que —como tales— no existen ni operan de hecho en ninguna parte (porque son puras metáforas de referentes ideales), la legitimidad de sus sistemas de pensamiento. En cierto modo podría afirmarse que la trastienda de toda filosofía es pura literatura —esto es, pura ficción, a la que sólo el filósofo atribuye (engañándose a sí mismo y a los demás) un valor real, verdadero y operatorio—, tal como plantea la obra poética y narrativa de Borges. La filosofía es un impresionante catálogo de ficciones. Si algo nos enseña la literatura, frente a la filosofía y otras actividades humanas, es que la materia de la ficción es exclusivamente formal y no operatoria, porque su realidad es una construcción en la que materia y forma están en sincretismo y resultan —aunque disociables— inseparables. Un referente es ficticio cuando su materia y su forma, al hallarse precisamente en el límite de su conjugación, están en sincretismo. Así, por ejemplo, materia y forma constituyen en el caso de Dios, el unicornio y don Quijote, una identidad sincrética. Estos tres referentes remiten siempre a formas que se agotan en su propia materialización, sea en una cruz de madera o de plata, sea en la figura o iconografía de un caballo que ostenta un cuerno recto en mitad de la frente, sea en el personaje cervantino verbalmente construido en la célebre novela que lleva su nombre.

 


6.3. Ficción y Teoría de la Literatura

La Teoría de la Literatura ha entrado en el siglo XXI basándose en una idea de ficción que, durante 25 siglos —prácticamente desde la quinta centuria antes de nuestra Era—, ha sido siempre la misma, pues se ha mantenido de forma invariable e inalterable en la tesis —incuestionada— de que los conceptos de realidad y ficción son separables, contrarios o incluso insolubles. El criterio que aquí sostenemos, desde la Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura, es que la idea de ficción no se opone a la de realidad, sino todo lo contrario: ficción y realidad son conceptos conjugados o entrelazados, es decir, indisociables o insolubles. La ficción existe implicada e inserta en la realidad, es inexplicable de espaldas a la realidad, y es factible —no sólo posible— precisamente porque la realidad existe, y constituye la referencia fundamental de toda ficción. La ficción es una parte esencial de la realidad. De hecho, la realidad necesita a la ficción —a la apariencia— para sobrevivir. De este modo, hablaremos de tres concepciones de la idea de ficción: 1) aristotélica o mimética, que reduce la ficción al primer género de materia [M1]; 2) kantiana o idealista, que reduce la ficción al segundo género de materia [M2]; y platónica, formalista o metafísica, que reduce la ficción al tercer género de materia [M3]. La Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura impugna estas tres concepciones de la idea de ficción, al considerarlas irreales, inoperantes y en sí mismas falaces. ¿Por qué? Porque las dos primeras se basan —como se ha dicho— en una epistemología, que adultera toda teoría del conocimiento de la realidad en las falacias, respectivamente, descriptivista, en el caso de Aristóteles (al reducir el sujeto a la supuesta realidad acrítica y apriorística de un objeto ajeno al propio sujeto), y teoreticista, en el caso de Kant (al reducir el objeto a una construcción completamente idealista, irreal y subjetiva propia de la mente de un sujeto que acaba por perder de vista la esencia misma de la realidad). Y porque la tercera se basa, pura y simplemente, en una teoría metafísica que reduce el arte a conocimiento, es decir, la literatura a gnoseología, en virtud de la cual se exige a la poética la revelación de verdades trascendentes, suprasensibles o, explícitamente, metafísicas. Esta última concepción de la idea de ficción emplazaría las obras de arte en el mundo metafísico de las formas puras postulado por Platón. Para que pueda entenderse todo esto con un ejemplo, baste decir que las teorías literarias de signo aristotélico o mimético, que reducen la ficción a (ser reproducción de) una realidad esencialmente física (M1), consideran que la realidad supera la ficción, porque la obra de arte siempre es un reflejo o una reproducción de hechos reales o de hechos factibles en la realidad. Ejemplos de ello son la novela histórica, el cine basado en «hechos reales», la autobiografía en sus diferentes géneros, el teatro épico de Brecht o la teoría del reflejo del marxismo socialista. La ficción es aquí un simulacro (de la realidad), aunque incluso pueda tratarse de un simulacro modélico para un determinado tipo de persona o de sociedad política o religiosa. A su vez, las teorías literarias de signo kantiano o idealista, que reducen la ficción a una realidad esencialmente psicológica (M2): postulan que la ficción siempre supera la realidad, desde el momento en que el contenido de la ficción no se limita a la realidad conocida e interpretada por las ciencias, sino que incluso «nos descubre» partes esenciales de la realidad que la ciencia oculta, que la razón reprime, que el logos margina, que el consciente es incapaz de hacer legible... Ejemplo de ello es la denominada literatura fantástica y maravillosa, el realismo mágico, el monólogo interior, el surrealismo, lo onírico, la escritura automática, o la ciencia-ficción en todos sus géneros y manifestaciones. En última instancia, éste es el concepto de ficción que ha dominado, y que aún determina, la interpretación más convencional y común de ficción literaria. La literatura se concibe así como una forma psicológicamente alternativa al prosaísmo, cientifismo y positivismo del mundo real. La ficción (artística y literaria, y con frecuencia también la filosófica) supera la realidad (racionalista y científica) del mundo. La ficción «nos libera» de la realidad. Así concebida, la literatura sería una forma secularizada de cultivar el espíritu, la subjetividad, la imaginación, la fantasía, la libertad, en suma, del ego individual o colectivo, frente al materialismo de las ciencias, el positivismo de la razón o el determinismo de las leyes políticas y religiosas. La ficción es aquí un juego, más o menos gratuito o intrascendente, cuya finalidad es esencialmente lúdica, irrelevante y emocional. Pero no olvidemos algo fundamental: es un juego que forma parte de la realidad, porque es imposible salir de la realidad para vivir la ficción. No abandonamos la realidad al disfrutar o interpretar la ficción. No se puede salir de la realidad para nada. Excepto para morir. Por último, las teorías literarias de signo platónico, formalista o metafísico, que reducen la ficción a una realidad teórica, virtual o incluso metafísica (M3), al considerar gratuitamente que la realidad del mundo es una ficción, es decir, que el mundo en el que vivimos es un mundo de apariencias e irrealidades, de falacias y mentiras, las cuales convierten nuestra vida en una ficción: la realidad verdadera está —según esta idea metafísica de ficción— en el más allá. Ejemplo de ello es la tesis calderoniana de La vida es sueño, según la cual la verdad habita en el mundo metafísico, sea el mundo platónico de las ideas o formas puras, sea el paraíso celestial de la teología cristiana, sea el edén hebreo o islámico, etc. Es la idea de ficción presente en numerosos pasajes bíblicos, evangélicos, coránicos, propios de las «religiones del libro», o de las Sagradas Escrituras. Y propios también de una literatura programática o imperativa de signo religioso —y en algunos casos también utópico—, como la Divina commedia de Dante o la antemencionada comedia de Calderón La vida es sueño. Entre las teorías literarias que plantean, sin duda sin tener verdadera consciencia de sus genuinos fundamentos poéticos y filosóficos, esta idea de ficción, completamente metafísica y formalista —de un formalismo absoluto, que ha perdido de vista toda corporeidad—, está la denominada teoría de los mundos posibles, una teoría que reduce la idea de ficción literaria a un concepto puro, a una mera potencia de diseño, carente de la más minúscula posibilidad de existir, ya no sólo en cualquier lugar, sino también en cualquier momento. La idea de ficción basada en la teoría de los mundos posibles es una retórica metafísica fundamentada en un irrealismo embellecedor de ucronías y utopías. Es una idea para entretener a teóricos de la literatura que juegan entre sí de espaldas a la realidad de la literatura y de los materiales literarios. Esta teoría de la ficción dota a la metafísica, a las formas incorpóreas, a lo inmaterial, de un realismo —y de una verdad— absolutamente superiores a todos los supuestos contenidos del mundo real. Lo irreal es aquí algo que desborda y trasciende la realidad del mundo, al que se considera apariencia, mentira y ficción. Ninguna de estas tres teorías de la ficción puede explicar lo que la ficción es, porque se basan en reduccionismos epistemológicos (a M1 y a M2) y en aberraciones gnoseológicas (en M3). Y la ficción literaria no puede explicarse ni desde criterios epistemológicos, ni desde criterios gnoseológicos. La ficción literaria sólo puede explicarse desde criterios ontológicos, porque la ficción es indisociable de la realidad, de la que la propia ficción forma parte esencial. Lo hemos dicho: la realidad necesita a la Ficción, es decir, a la suspensión de operatoriedad, para seguir operando, esto es, para sobrevivir.

 


6.4. Ficción y epistemología

La ficción literaria no se explica desde una epistemología, porque esta última no explica la realidad, sino la idea que de la realidad tiene el sujeto, un sujeto no menos ideal, que se acerca a la realidad como si él no hubiera intervenido en su construcción. La Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura plantea una demolición de la idea aristotélica y epistemológica de ficción literaria. Desde la Poética de Aristóteles, el concepto de ficción ha estado en la base de toda interpretación literaria. Sin embargo, la idea de ficción que elabora Aristóteles se sitúa en una posición epistemológica (sujeto / objeto), no gnoseológica (materia / forma), lo que significa que Aristóteles organiza las posibilidades del conocimiento humano para que la idea de ficción se interprete por relación a una determinada idea de realidad, desde el punto de vista de la relación epistemológica entre el sujeto y el objeto, y no desde el punto de vista de la relación gnoseológica entre la materia y la forma. La realidad será, pues, la naturaleza imitada en la obra de arte mediante palabras utilizadas por el poeta, y, en consecuencia, la obra de arte será siempre una reproducción o imitación, más o menos verosímil, de la naturaleza o realidad. La Teoría de la Literatura, desde Aristóteles hasta hoy, sigue ubicada en la perspectiva epistemológica del autor de la Poética a la hora de concebir y explicar la ficción de la literatura frente a la concepción de la realidad. La Crítica de la razón literaria como Teoría de la Literatura impugna el enfoque epistemológico de la idea de ficción en la literatura, y advierte que Aristóteles no es nuestro colega. La literatura que conoció Aristóteles carece de los 25 siglos de literatura que nosotros estamos obligados a conocer. 

 


6.5. Ficción y gnoseología

La propuesta gnoseológica es completamente inútil para indagar o reflexionar en la cuestión de la verdad y el error, es decir, de la mentira o la ficción, fuera del ámbito de las ciencias categoriales. La gnoseología no es competente para estudiar la cuestión de la ficción literaria, del mismo modo que la epistemología tampoco lo es, a pesar de Aristóteles y de toda su herencia interpretativa. Y no lo es por algo tan simple como el hecho evidente de que la literatura no es una ciencia categorial. La gnoseología materialista dará cuenta de los aciertos de la Teoría de la Literatura como ciencia de la Literatura, cuyo objeto de conocimiento son los materiales literarios, pero no nos sirve para explicar la idea de ficción literaria. Porque la literatura no es objeto de verdad, sino de realidad: no se trata de saber si lo que la literatura dice es verdadero o falso ―o posible, como pretendía Aristóteles―, sino de si es y está, o no, es decir, de si tiene, o no, presencia ―y realidad― óntica. Dicho de otro modo: la literatura no es objeto de una gnoseología, sino de una ontología. La literatura no verifica nada gnoseológicamente, sino que lo construye ontológicamente. La literatura no confirma ni contiene ninguna «verdad trascendente». Ninguna obra literaria es un libro sagrado. Sólo las ciencias categoriales construyen verdades o errores, y sólo ellas resultan ser en consecuencia objeto de una gnoseología materialista, pero la literatura no, porque no es una ciencia, y porque se concibe ―y autoconcibe― como una figura poética (mythos o fábula), no como una figura gnoseológica (verdad o falsedad). La literatura es una construcción ontológica, no un discurso gnoseológico. Son las ciencias categoriales, entre ellas la Teoría de la Literatura, las que han de responder a la exigencia gnoseológica. La literatura no es una ciencia. La literatura no proporciona conocimientos: los exige. La literatura es un desafío a la inteligencia humana, a la que exige incesantemente explicaciones racionales y lógicas. La literatura es en este sentido una galvanización o provocación gnoseológica, y de ninguna manera es ―ni pretende ser― respuesta a una gnoseología.

 


6.6. Ficción y ontología

La ficción literaria sólo puede explicarse desde la ontología de la literatura, porque la ficción es una materia que carece de existencia operatoria, y sólo dispone de existencia estructural. La ficción no se explica ni desde la epistemología ni desde la gnoseología, sino desde la ontología. Ficción literaria es la formalización literaria en términos lógicos (M3) de unos contenidos psicológicos (M2) que carecen de operatoriedad física (M1), pero no de existencia física o material (M1) —puesto que los libros y el lenguaje existen realmente—, ni de existencia conceptual o estructural (M3) —puesto que las ideas y los conceptos también existen realmente—. La ficción poética es una construcción psicológica (M2) que carece de existencia operatoria (M1) y que posee una existencia estructural (M3). Es ficción la materialidad que carece de existencia operatoria, tratándose de una materialidad a la que se le atribuyen contenidos psicológicos y fenomenológicos, y a la que, sin embargo, se convierte en sujeto de referentes lógicos. Ficticia es aquella materia cuya forma se agota en su propia materialidad. Es el caso de don Quijote, quien no existe formalmente fuera de su propia materialidad, las formas de la novela cervantina titulada Don Quijote de la Mancha. Es ficción todo aquello que no tiene existencia operatoria en M1, todo lo que no tiene existencia positiva genética, sino únicamente estructural, en M1 y M3, es decir, todo lo que no existe ni coexiste operatoriamente en el mundo de los objetos físicos (M1), porque su materialidad es exclusivamente formal (gráfica, pictórica, escultórica...), y porque sólo formalmente se postula, sin capacidad de existencia operatoria, en el mundo de los objetos psicológicos (M2) y en el mundo de los objetos lógicos (M3), donde la materialidad terciogenérica de las ideas dota nuevamente a sus formas de contenidos reales. La psicología de don Quijote no existe, ni es operatoria, fuera del libro que lleva su nombre, pero don Quijote sí existe positivamente, no sólo como material literario (incluso pictórico, escultórico, musical, hasta psiquiátrico...) (M1), sino como expresión de ideas objetivas y lógicas que pueden analizarse y estudiarse materialmente mediante conceptos (libertad, amor, poder, política, cautiverio, honor, lucha, etc.) (M3). Pese a todas sus impotencias operatorias, don Quijote es una de las realidades lógicas más importantes y poderosas que la literatura ha colocado en M3, esto es, en el mundo de las ideas y los conceptos.

 


6.7. Términos, relaciones y operaciones de la ficción literaria

Términos, relaciones y operaciones resultan determinantes en la ficción literaria de las cuatro genealogías de la literatura: primitiva o dogmática, crítica o indicativa, programática o imperativa y sofisticada o reconstructivista. Así, la literatura sofisticada o reconstructivista se origina siempre que dos o más términos ideales o imaginarios se relacionan entre sí de forma operatoria o realista, es decir, pretendiendo o simulando en la ficción literaria una operatoriedad equivalente a la que es factible en el mundo real. Dos términos son reales cuando existen operatoriamente como tales en el mundo real, empírico y efectivamente existente (una mesa, un ser humano, una bomba atómica, el mar, la luz, un temblor de tierra, una violación de derechos, etc.), y son ideales o imaginarios cuando no existen operatoriamente en el mundo (un fantasma, un unicornio, una sirena, Júpiter tonante, un horizonte cuadrado o un decaedro regular…). Una relación entre dos términos (reales u operatorios / ideales o no operatorios) es realista cuando es operatoria y da lugar a consecuencias pragmáticas y empíricas (un cuerpo se relaciona con otro cuerpo en determinadas condiciones de gravitación, tiempo y masa, un sonido se relaciona con otro sonido a través de una distancia denominada intervalo musical, un golpe en un muslo produce un moratón, etc.), y son ideales cuando los vínculos que se postulan entre dos términos no son operatorios en el mundo real y efectivamente existente (un ser humano [término A] que se arroja al vacío [término B] desde la cima de un rascacielos no puede sobrevivir al impacto de la caída [relación A-B], de modo que sería de un idealismo inverosímil que resultara ileso). La literatura sofisticada o reconstructivista lo es precisamente porque se dispone siempre sobre el diseño combinatorio entre términos ideales y relaciones reales o realistas, es decir, que exige al idealismo consecuencias reales. Toda utopía debe mucho a esta fórmula esencial de la sofística. Ocurre además que en la literatura sofisticada o reconstructivista el idealismo de los términos de referencia circula por un mundo formalmente real, aunque operatoriamente imposible: Gaznachona da a luz a su hijo Gargantúa por una de sus orejas —la izquierda—, tras haber devorado una ingente cantidad de callos; los protagonistas de los libros de caballerías actúan como términos ideales de una sociedad inverosímil; Cipión y Berganza son un can indefinido y un alano que hablan muy racionalmente de las más crudas realidades del Siglo de Oro español en El coloquio de los perros; Hamlet dialoga con un fantasma a quien los demás personajes sólo pueden ver, pero no hablar ni oír; Gregorio Samsa cuenta su metamorfosis en insecto sin perder en absoluto su racionalismo humano; la más modernista lírica de Rubén Darío nos conduce a través de un mundo hermosamente imposible; Augusto Pérez se enfrenta pirandellianamente, mucho antes de 1921, al autor real de su novela, en la niebla de su existencia; el lector de Continuidad en los parques acaba asesinado por su propio narrador (es en cierto modo una variante de la novela unamuniana); Funes, el memorioso o hipermnésico, es capaz de recordar con absoluta plenitud cada segundo que ha vivido… Todos ellos son figuras o personajes ideales, términos imposibles, que habitan o circulan ficcionalmente un mundo real en el que las relaciones son también reales. No por casualidad la literatura sofisticada o reconstructivista está en la base de toda literatura fantástica. La utopía, también. Pero esta última se sitúa en el extremo opuesto de la operatoriedad. La utopía parte de términos reales y exige términos y relaciones ideales. Toda utopía es una novela mal escrita en tiempos de crisis. Su referente poético es la literatura programática o imperativa. La literatura fantástica, por su parte, tiene como premisa términos ideales sobre los que impone y proyecta relaciones ficcionalmente realistas. Es un imposible que perfora la realidad humana ―y sus posibilidades racionales― atravesándola o instalándose en ella. Lo único que diferencia la literatura fantástica de la utopía es que la primera se escribe y se lee como una ficción, mientras que la segunda se escribe para que sea leída como un código civil de obligatorio y necesario cumplimiento. Si se presta atención a la operatoriedad estructural, es decir, la operatoriedad que se establece formal o estructuralmente en las obras literarias ―en la ficción de los materiales literarios―, se observa con toda nitidez que los Términos (reales o ideales) coordinados con las Relaciones (igualmente reales o ideales) confirman la genealogía de la literatura que se expone en la Crítica de la razón literaria. En consecuencia, la literatura crítica o indicativa se basa en la coordinación de términos reales con relaciones reales, incidiendo siempre en la realidad de un mundo respecto al que se disiente y critica (Lazarillo de Tormes, 1554). La literatura sofisticada o reconstructivista promueve la conexión de términos ideales en relaciones reales, con objeto de citar a lo imposible en la operatoriedad de la vida cotidiana, con fines lúdicos, escapistas o incluso críticos (Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, 1726). La literatura primitiva o dogmática se construye sobre la alianza de términos ideales y relaciones igualmente ideales, protagonizadas por dioses, héroes extraordinarios, figuras maravillosas o acontecimientos sobrenaturales, mágicos y mitológicos (Viejo Testamento). Finalmente, la literatura programática o imperativa postulará siempre la expansión de términos reales hacia relaciones ideales, lo que explica también su orientación inmanente hacia la utopía y, en suma, hacia el idealismo acrítico que en última instancia la caracteriza (Emilio, o de la educación de Rousseau, 1762). El todopoderoso racionalismo de la Ilustración europea destruyó la operatoriedad de los mitos, desmitificó la magia del mundo antiguo y derogó innumerables creencias religiosas y supersticiosas. Dicho de otro modo: incrementó la sofisticación de la literatura y potenció sus capacidades reconstructivas, al desterrar del mundo real la operatoriedad de la ficción artística. En consecuencia, el mito, la magia, la fe numinosa, e infinitos credos populares e institucionales, anclados en un escenario hasta entonces no intervenido por la razón, dejaron de ser reales, efectivos y operatorios, para ser, simplemente, ficciones. Mitos, magias y credulidades se refugiaron a partir del siglo XVIII en dos ámbitos fundamentales: por un lado, el tercer mundo semántico (dóxico) de la ignorancia científica y, por otro lado, el dominio, cada vez más sofisticado y seductor, de la poética de la literatura —y de la pintura— como prototipo de las artes en general. El Romanticismo surgió entonces como un movimiento absolutamente convicto y decisivo en este empeño fundamental: la sofisticación poética, estética y retórica de los materiales literarios y de la creación artística, destinada a superar, desde un racionalismo formalista, pero muy seductor, esto es, desde un racionalismo poético, las limitaciones que esa forma científica de razonar, mecanicista e ilustrada, había impuesto a la operatoriedad de la imaginación en el mundo real. La ficción literaria no sucumbe a la razón: la fagocita. Los materiales literarios se desarrollan y desenvuelven en clara alianza con el racionalismo científico y filosófico, y lo hacen reaccionando contra sus formas más chatas y deficientes, pero con el objetivo de exigirles una mayor afinación allí donde el logos mecanicista y científico deja de lado o sin respuesta los interrogantes planteados por el racionalismo que ofrece e ilumina la creación literaria. La poética jamás ha dado la espalda a la razón. Todo lo contrario: es tan exigente ante ella como pueden serlo en sus respectivos campos categoriales la medicina, la termodinámica o la física. Pero desde el Romanticismo la literatura ha disimulado —de forma muy sofisticada, e incluso cínica y perversa— su relación de alianza con el racionalismo, y con frecuencia ha fingido rechazar la razón de la que se alimentan tanto sus más preciadas creaciones artísticas como sus más célebres poetas. No es la literatura una realidad que no tenga nada que decir ni que exigir a la razón, sino que son algunos de sus intérpretes, críticos o filólogos, quienes, por ignorancia, comodidad o incompetencia, no saben razonar ante los hechos y materiales literarios, los cuales, por su propia complejidad estética y poética, les resultan ininteligibles. No hay literatura irracional o ininteligible, sino críticos incompetentes. La literatura es una construcción humana, y como tal brota del racionalismo humano, al que desafía en sus obras de arte una y otra vez. Jamás la literatura ha sido una negación de la razón, más bien lo son algunos de sus pretendidos críticos o intérpretes. Antes bien, la literatura es una realidad inteligible —y desafiante en su exigencia de hacerse comprender, por eso requiere intérpretes intelectualmente muy preparados en diferentes ámbitos categoriales o científicos—, de modo que el fin de la Teoría de la Literatura y de la Crítica de la Literatura es demostrar con claridad académica y con rigor científico que los materiales literarios, por compleja y conflictiva que resulte su elaboración y comunicación, son racionalmente interpretables y humanamente inteligibles.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Concepto de ficción en la literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 5.3.6), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



⸙ Glosario 



⸙ Enlaces recomendados 



⸙ Vídeos recomendados


El concepto de ficción en la literatura




El concepto de ficción en la literatura




Entrevista académica de Omar Corral a Jesús G. Maestro:
literatura fantástica y otros temas actuales




*     *     *

 



Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria