III, 8.3.2.3 - El dominio norteamericano: desde la teoría literaria


Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





El dominio norteamericano: desde la teoría literaria


Referencia III, 8.3.2.3


Jesús G. Maestro y la teoría literaria en los Estados Unidos

Tras la segunda contienda europea, la Comisión Internacional de Historia Literaria celebra su cuarto congreso en París, en 1948, y cuenta por vez primera con la representación de un delegado estadounidense. El quinto congreso tuvo lugar en Florencia, en 1951, y en él se dispuso la disolución de la Comisión y la creación en su lugar de la Federación Internacional de Lenguas y Literaturas Modernas, fundada por doce asociaciones internacionales de estudios literarios, que han ido ampliándose con el paso de los años, y agregada al Consejo Internacional de Filosofía y Ciencias Humanas, que desde 1954 (Oxford) celebraba reuniones congresuales cada tres años (Heidelberg, Lieja, Nueva York, Estrasburgo, Islamabad, Paquistán, Arizona...).

En 1958, a instancias de Dédéyan, la FILLM crea una sección especializada en Literatura Comparada, dentro de las líneas metodológicas recogidas en el congreso de Oxford y de las disposiciones adoptadas en los estatutos de Venecia, en 1955, en que se funda la International Comparative Literature Association, organización que se reunía trienalmente desde entonces en Chapel Hill, Utrecht, Friburgo (Suiza), Belgrado, New York...

Durante los diez años posteriores a la fundación de la International Comparative Literature Association, cinco países han creado a su vez su propia asociación nacional de Literatura Comparada: Francia, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Argelia. Francia incluso se adelanta, y crea en 1954 la Societé Française de Littérature Comparée, que reúne a sus miembros cada tres años en una de las provincias francesas, con el fin de estudiar sus relaciones literarias con las corrientes culturales extranjeras. Francia contaba, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, con numerosas cátedras universitarias de Literatura Comparada, lo que se supone garantiza una adecuada actividad docente e investigadora, y poseyó un sistema educativo en el que esta disciplina ocupaba, al menos teóricamente, un lugar destacado en todos los grados de la enseñanza. En 1973, la Societé Française de Littérature Générale et Comparée (SFLGC) adopta nuevos estatutos, y dispone la publicación de un Bulletin y de varios Cahiers[1].

Otros países que han dispuesto tempranamente la creación de una sociedad nacional de Literatura Comparada han sido Corea del Sur, desde 1959, y Argelia, desde 1964, país este último que comenzó a editar en 1967 los Cahiers algériens de littérature comparée. Desde comienzos de la década de 1970, los estudios de Literatura Comparada se han ido extendiendo por prácticamente por la totalidad de los países civilizados[2]. He ahí, por ejemplo, la fundación, en Australia, de la Australian Universities Modern Languages Association; en India, que, tras su independencia del dominio inglés, dota en 1956 una cátedra en la Universidad de Jadavpur (Calcuta) en que se explica Literatura Comparada, «conforme al humanismo de Tagore», y en la que el sánscrito, el bengalí, y otras lenguas y literaturas, son objeto de estudio comparativo; en el igualmente joven estado de Israel, desde 1961 se impartió en la Universidad de Jerusalén un programa de Literatura Comparada, en el que se integraba plenamente la hermenéutica bíblica y el estudio de casi todas las literaturas antiguas y modernas del planeta; y en Egipto, donde la influencia del comparatismo francés se ha dejado notar de forma política, con la creación en 1954 de una cátedra en el Cairo.

En 1948 se fundaba en Tokio la Sociedad nacional japonesa de Literatura Comparada, que alcanzó durante los veinte años siguientes más de seiscientos afiliados, con la publicación de un boletín trimestral y una revista periódica. En 1953, Japón incrementa las posibilidades de los estudios comparatistas con la fundación de dos nuevas instituciones: el Instituto de Literatura Comparada, dependiente de la Universidad de Tokio, que ha servido desde entonces como centro para la edición de trabajos y celebración de congresos y conferencias sobre la más diversa índole comparatista, y el Instituto para el Estudio Comparado de las Civilizaciones, que desde 1954 tuvo su sede en el Women’s Christian College de Tokio.

Los estudios nipones de Literatura Comparada han oscilado desde su origen entre los modelos francés y americano, cuyas publicaciones y manuales se han traducido, discutido y sometido a toda clase de reflexiones críticas, que han ido desde la asunción del método histórico clásico, que permite establecer eficaces relaciones en el estudio de la literatura europea y occidental, hasta planteamientos metodológicos más complejos, de procedencia claramente norteamericana, en los que confluyen los más variados análisis críticos y metodológicos de las últimas décadas.

Desde que en 1971 tuviera lugar, en Formosa, el primer Congreso Internacional de Literatura Comparada celebrado en el continente asiático, la corriente metodológica de estudios comparatistas denominada East / West Studies se ha ido abriendo camino en su propuesta de establecer una incorporación de las literaturas orientales, con el fin de examinar conjuntamente las literaturas de Europa y América, de un lado, y las de Asia y África, de otro, insistiendo especialmente en los testimonios procedentes de Arabia, India, China y Japón. Desde la doble coordenada que proporciona el espacio y el tiempo, la corriente de East / West Studies se propuso en su ideario no sólo traducir las obras más representativas de estas literaturas, sino integrarlas en la metodología y la comprensión de un escenario único y a la vez universal en sus posibilidades de lectura e interpretación, con el fin de evitar aislamientos paralelos y ancestrales.

Con el siglo XX comienzan a introducirse en los Estados Unidos los estudios de Literatura Comparada, y se crean los primeros Departments of Comparative Literature en las Universidades de Columbia (1899), Harvard (1904) y poco después en el Dartmouth College (1908). Woodberry funda en Columbia en 1903 el Journal of Comparative Literature, cuya edición no alcanzó sin embargo más que tres números, el primero de los cuales suscitó en 1903 el célebre opúsculo de Croce «La letteratura comparata», al que me referiré de forma específica más adelante.

Entre los comparatistas norteamericanos de esta primera época merece especial mención la obra de Babbitt, cuyos estudios sobre Rousseau and Romanticism (1919) y sus Masters of French Criticism (1913) constituyen un valioso testimonio sobre el nacimiento y desarrollo del comparatismo norteamericano, que sintetiza su obra de 1940 sobre el Spanish Character and Other Essays, donde se encuentra lo más esencial de sus aportaciones bibliográficas y sus líneas metodológicas. Tras la I Guerra mundial, y entonces todavía bajo la influencia de Baldensperger, continúa en los Estados Unidos la creación de cátedras de Literatura Comparada: Carolina del Norte (1923), California (1925), Wisconsin (1927)...

En 1960 se estableció en Estados Unidos la American Comparative Literature Association, que celebró su primer congreso trienal en setiembrede 1962. Puede considerarse como antecedente de esta organización la sección comparatista de la Modern Language Association, que surge en 1945 con carácter privado, si bien tres años después acabaría sumándose de forma oficial a la Comparative Literature Committe del National Council of Teachers of English. Cabe decir, a título de ejemplo, que, desde 1967 hasta nuestros días, en Estados Unidos se publicaban tres de las cuatro revistas periódicas comparatistas de difusión internacional[3]. Acaso una de las publicaciones más representativas sobre el estado de los estudios de Literatura Comparada en Norteamérica durante las últimas décadas lo constituye el libro de Clements, Comparative Literature as Academic Discipline: A Statement of Principles, Praxis and Standards (1978), en el que se invita a una reflexión metodológica de la Literatura Comparada, con objeto de delimitar la «anarquía» que los estudios comparatistas parecían haber alcanzado en la universidad norteamericana durante las dos últimas décadas. Caos del que todavía no han salido, como más adelante trataré de demostrar, sino es por la puerta de su disolución posmoderna.

Con el impulso que adquieren en Norteamérica los estudios de Literatura Comparada, comienzan a apreciarse las limitaciones prácticas y teóricas del comparatismo francés, así como se discute de forma especial la prioridad otorgada al concepto de internacionalidad y el estudio casi exclusivo de las corrientes y formas de influencia (AA.VV., 1981). Tras la II Guerra Mundial, tanto en Europa como en Estados Unidos se discute la concepción positivista de la influencia literaria, evitando la confusión entre las consecuencias de determinados hechos históricos o biográficos con lo que algo después comenzará a denominarse relación intertextual entre dos o más obras, e introduciendo distinciones necesarias entre las nociones de influencia (intensa / individual) y convención (extensa / general). Se advierte, paralelamente, «que el interés prioritario por las influencias no era sino una manifestación de la obsesión genética que se nos aparece como tan propia del siglo XIX [...]. Obsesión que partía, inter alia, de una mala lectura de Auguste Comte, en lo que toca al positivismo, puesto que él, al abordar el examen de los cambios sociales, recomendaba el abandono de nociones absolutas como las explicaciones causales de carácter totalizador» (Guillén, 1985: 77 ss; vid. también Guillén, 1971: 53-68). Ni todos los orígenes explican desarrollos ulteriores, ni todas las causas permiten pronosticar la consecución de determinados efectos.

Con la celebración, en setiembre de 1958, en Chapel Hill (North Carolina), del II Congreso de la Internacional Comparative Literature Association, se advierte una superación de los modelos franceses, sobrepasados por el interés que suscita el estudio de la Literatura Comparada desde categorías supranacionales, de impronta teórica, como géneros, formas, temas, estilos y movimientos. A Wellek corresponde el hecho de haber abogado por esta superación de los modelos franceses, en su intervención sobre «The Crisis of Comparative Literature». Guillén (1985: 84), flamante testigo de aquellos actos, se refiere así, con modesta pomposidad, a aquel acontecimiento: «Con su claridad y sencillez de siempre, abogando por la indivisibilidad de la crítica y de la historia, de la Literatura Comparada y de la Literatura General, de los distintos estratos de la obra de arte verbal concebida como una totalidad diversificada y una estructura de significaciones y valores, Wellek puso los puntos sobre las íes en lo que tocaba a la vieja concepción de la disciplina: subdisciplina, más bien, que coleccionaba datos en torno a las fuentes y las reputaciones de los escritores». Amén. Con todo, conviene ver por lo menudo, siguiendo la expresión que usa Guillén, qué puntos puso Wellek sobre qué íes. Y lo veremos en su momento.

A mediados del siglo XX se produce un enfrentamiento entre dos grupos dominantes dedicados al estudio de la Literatura Comparada. Uno de ellos es el grupo de comparatistas franceses, procedentes de la escuela de Baldensperger y Tieghem, y continuada por Guyard y Carré, principalmente. El otro grupo era una escuela entonces emergente, geográficamente situada en los Estados Unidos, y representada sobre todo por Wellek y su ponencia expuesta en el congreso de 1958 en Chapel Hill, antes mencionada. Se ha hablado de grupos, escuelas, e incluso de «horas» (Guillén, 1985), para designar las tendencias aquí enfrentadas. Personalmente, prefiero hablar de dominios —el dominio francés y el dominio norteamericano—, ya que en efecto se trata de grupos de investigadores, de gremios académicos, que tratan de dominar, e incluso monopolizar, una forma de ejercer la Literatura Comparada. El dominio francés se caracterizó por el uso de modelos vinculados al positivismo histórico, mientras que el dominio estadounidense se singularizó, afín a la tradición anglosajona, por la prioridad concedida a los criterios formalistas y estructuralistas, que acabarían implantándose a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La disputa por el dominio de la Literatura Comparada comenzó en el siglo XIX desde la Historia de la Literatura, a través de Francia, y concluyó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, desde la Teoría de la Literatura, de la mano de los Estados Unidos. Pero concluyó sin conclusiones solventes. Concluyó en una crisis crónica, que la llegada de la posmodernidad no ha hecho más de multiplicar y fermentar acríticamente hasta su disolución académica y metodológica. Las aportaciones de Remak (1961) a esta polémica, así como los llamativos trabajos de Étiemble (1963), dan cuenta de cómo los reformadores quedaron atrapados en los entresijos históricos de su propia metodología, desde la cual interpretaban la Literatura Comparada en los límites, cada vez más estrechos, de un concepto formalista de la literatura —que quedaba reducida a la obra literaria en plena crisis de «literariedad»— y de una idea geopolítica de literatura —que quedaba enclaustrada en la geografía histórica y lingüística de una literatura nacional, cuyas fronteras políticas y estatales no coincidían en la mayoría de los casos con las fronteras culturales o incluso étnicas—. La posmodernidad anglosajona terminó por exterminar la esencia misma de la Literatura Comparada desde el mito de la isovalencia de las culturas. En primer lugar, porque disolvió los estudios literarios en los estudios culturales, desnaturalizando la literatura como tal. Y en segundo lugar, porque si todas las culturas son iguales, es decir, si todas las literaturas —desnaturalizadas ya en cultura— son iguales, entonces el desenlace es nihilista: no hay nada que comparar. Éste fue el final, en manos de la Anglosfera, de la Literatura Comparada: su exterminio académico e institucional.


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NOTAS

[1] En Francia, como en la mayoría de los países que poseen una asociación de Literatura Comparada, estas instituciones carecen de centros de investigación adecuados, si bien durante las últimas décadas se han creado algunos centros en París y provincias: en la Universidad de Paris III el departamento de Pegeaux se ha ocupado del dominio hispánico y portugués, el grupo de investigación de Cadot del dominio eslavo, así como en la Universidad de Estrasburgo II Victor Hell ha fundado un centro dedicado al estudio de las literaturas germánicas; paralelamente, en Picardie, el departamento de Jean Bessière se ha ocupado del estudio comparativo de la novela como género literario, al igual que en la Universidad de Nancy II René Guise se ha ocupado del estudio genérico de la novela popular; en la Universidad de Tours, Body ha impartido frecuentes seminarios sobre «literatura y nación», y Grassin, en la Universidad de Limoges, se ha ocupado de las «Nuevas literaturas», ampliando fuera del espacio europeo la proyección de los estudios literarios; en 1981 Brunel fundó en la Universidad de Paris IV el «Centre de recherche en littérature comparée», voluntariamente interuniversitario y pluridisciplinar, cuyos grupos de trabajo se distribuyen en cuatro secciones: relaciones literarias internacionales, modos de expresión, tipología y semiótica comparativas, y métodos de investigación literaria.

[2] En nuestros días, entre los países que poseen una asociación nacional de Literatura Comparada figuran España, Alemania, Luxemburgo, Suiza, Inglaterra, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Hungría, Polonia, Holanda, Bélgica, Marruecos, Nigeria, África del Sur, Portugal, China Hong-Kong, Taiwán, India...

[3] «Lo realmente decisivo fue la aportación de varias generaciones de europeos, cuya obra en ciertos casos llegó a su madurez en América, probando su calidad y promesa, como la de René Wellek o Renato Poggioli; mientras otros, ya eminentes, como Erich Auerbach, Roman Jakobson y Américo Castro, seguían desarrollando ahí sus trabajos y enseñanzas. Sin duda la universidad de Estados Unidos y del Canadá reunía unas condiciones favorables a las que contribuía primordialmente la disposición intelectual de críticos norteamericanos como Harry Levin: comparatistas natos, educados en el conocimiento de la literatura inglesa y de la cultura europea, inmersos en el ambiente políglota y variopinto de un continente de emigrantes. La superación del instinto nacionalista se hace muy cuesta arriba en tal o cual país europeo, mientras que en América, y sobre todo en el exilio, brota con naturalidad la idea de Europa —desde lejos—, la visión de conjunto, la ruptura con la caciquil rutina, la innovación digna del Nuevo Mundo» (Guillén, 1985: 83). Entre las figuras destacadas del comparatismo norteamericano pueden mencionarse los nombres del checo Wellek (Yale), el alemán Frenz (Indiana), el italiano Orsini (Wisconsin), el polaco Fokjowski (Pennsylvania), el ruso Struve (Berkeley), y los suizos Friederich y Jost.






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «El dominio norteamericano: desde la teoría literaria», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 8.3.2.3), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


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