IV, 3.18 - Vicente Aleixandre: «¿Para quién escribo?»

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Vicente Aleixandre: «¿Para quién escribo?»


Referencia IV, 3.18


Crítica de la razón literaria, Jesús G. Maestro

El caso de Vicente Aleixandre es de una singularidad sobresaliente. Su dilatada trayectoria y la magnitud de su obra son fundamentales en la Historia de la poesía española del siglo XX. Concebida como un todo, como una totalidad histórica y uniformemente desarrollada, la poesía de Vicente Aleixandre es un holema que ha sido objeto de estructuraciones y clasificaciones diversas. Una de las más citadas, acaso por ser de las más tempranas, y no de las más frágilmente justificadas, es la de Carlos Bousoño, planteada por vez primera en 1950, y ampliada de forma sucesiva en los años 1956, 1977 y 1978. Bousoño articula la trayectoria poética aleixandrina en dos cosmovisiones, que en cierto modo dispone de forma dialéctica, y una síntesis, en la que hasta cierto punto parecen resolverse de modo armónico y reflexivo. Así, cabría hablar de una «cosmovisión simbólica» para identificar el conjunto de obras comprendidas entre Pasión de la tierra (1935, aunque redactada entre 1928 y 1929) y Nacimiento último (1953); de una «cosmovisión realista» a la que corresponderían los títulos comprendidos entre Historia del corazón (1954, si bien redactada entre 1945 y 1953) y Retratos con nombre (1965); por último, tendría lugar una etapa sintética, por así llamarla, representada por Poemas de la consumación (1968) y Diálogos del conocimiento (1974). Se observará, sin duda, que se trata de una propuesta de clasificación que obedece a criterios más bien fenomenológicos, y, en todo caso, cronológicos.

La crítica ha discutido con frecuencia sobre diferentes posibilidades de clasificar en etapas la obra poética de Aleixandre. Por mi parte, considero que la interpretación más acertada en este punto compete a Leopoldo de Luis, quien concibe la obra de este poeta en términos realmente afines a la idea de holema, como conjunto sistemático de su obra poética completa:


Aleixandre, si bien se mira, no cambia de formas ni de ideas, y desde luego, no hay en él, ni coexistentes ni sucesivas, varias personalidades. Toda la obra de Aleixandre es coherente y sus aparienciales aspectos disímiles muéstranse, en rigor, solidarios. Las épocas o zonas que se han señalado en sus libros tienen razón de ser solo como conveniencia crítica y los cambios registrados por sus exegetas se imponen para el análisis estilístico. Ahora bien, el desarrollo perfecto y unitario de esta obra poética se nos muestra, vista en su conjunto, con impresionante convicción. Vicente no ha cambiado de Pasión de la tierra a Sombra del paraíso o de este a Historia del corazón como quien abandona un traje para vestir otro distinto. Aleixandre ha desarrollado, en su totalidad, una visión del mundo (Leopoldo de Luis, apud Arlandis, 2004: 124-125).


De Carlos Bousoño (1977) a Sergio Arlandis (2004), la crítica aleixandrina ha considerado ampliamente que Historia del corazón (1954) abre un ciclo poético de «signo realista», al que se incorporan poemarios como En un vasto dominio (1962) y Retratos con nombre (1965), así como la obra en prosa titulada Los encuentros (1958). Prácticamente hasta la publicación de Historia del corazón (1954), el espacio antropológico de la poesía de Aleixandre es unidimensional, al centrarse y concentrarse en el eje radial, representado por la naturaleza, donde el ser humano se disuelve conforme a una idea y experiencia de amor sólo allí objetivada. No hay eje angular o religioso, y el eje circular o humano se diluye en el radial o de la naturaleza[1].

Ahora bien, la disolución o integración del ser humano en la naturaleza, es decir, del eje circular en el eje radial, no se produce de cualquier manera, y desde luego no tiene lugar de modo irracional, sino a través de formas muy consecuentes, racionales y lógicas. Hay que advertir, indudablemente, que la razón poética, que la razón literaria, en suma, es una razón dada a una escala diferente de la razón científica. Y hay que subrayar que esta diferencia no admite ni implica ninguna invitación al irracionalismo. Porque la razón poética nunca está ni más allá ni más acá, es decir, nunca rebasa el pensamiento racional humano, ni se sitúa fuera de él, esto es, fuera de su espacio antropológico, en el que cabe distinguir tres ejes: circular o humano (político-social), radial o de la naturaleza (entidades materiales no humanas ni vivientes), y angular o religioso (entidades no humanas, pero sí vivientes, a las que nuclearmente se les profesa un valor numinoso o mitológico).

Es evidente, para cualquier lector de Aleixandre, que este poeta no se identificó en la segunda mitad del siglo XX con la poesía social tal como lo hizo la mayoría, a la que él nunca perteneció, del mismo modo que, durante la primera mitad del mismo siglo, tampoco se adscribió, ni mucho menos, al dogma del surrealismo programático. Sin embargo, no es menos cierto que su trayectoria poética acusa el contacto directo con la realidad y sus cambios, y que en su escrito sobre Algunos caracteres de la nueva poesía española (1955) analiza con lucidez crítica las nuevas corrientes poéticas del momento. En ellas advierte la importancia de prestar atención a una mayoría socializada de lectores cada vez más creciente:


El poeta que al fin se decide a escribir para sí mismo, lo que hace es suicidarse por falta de destino. Arte, pues, para todos, arte para la mayoría: ese será el designio incipiente de la nueva poética, frente al postulado minoritario de otras épocas anteriores (Aleixandre, 2002: 334).


En términos poéticos, esto significa pasar del autologismo al dialogismo. Es decir, lo que, en términos sociales, sería pasar de la minoría «selecta» (de la poesía pura) a la mayoría «ideológica» (de la poesía social). Los protagonistas no serán ahora figuras míticas o numinosas, identificadas con la naturaleza y su eje radial, sino personajes comunes y cotidianos, procedentes de la sociedad política y su antropológico eje circular. Los «Hijos de los campos» de Sombra del paraíso (1944) son ahora los «Retratos anónimos» o la «Cabeza dormida» de En un vasto dominio (1962). En este poemario, el autor deja bien claro, desde el primer poema, «Para quién escribo». Nunca hemos estado más lejos de las minorías. ¿Cómo leer hoy estas palabras, ante minorías que reclaman para sí derechos insolidarios frente a hechos que son y deben ser iguales para todos?


El amor, la tristeza, el odio o la muerte son invariables. Estos poetas son poetas radicales y hablan a lo primario, a lo elemental humano. No pueden sentirse poetas de «minorías». Entre ellos me cuento (Aleixandre, 2002: 360).


Son muy numerosos los poemas de la segunda etapa de la poesía aleixandrina que se desenvuelven y apelan al eje circular o humano del espacio antropológico. De referencia es, en este punto, el titulado «Al hombre» (Sombra del Paraíso, 1944/1990: 170-171). A su vez, en «No existe el hombre» (Mundo a solas, 1950/2005: 427-428), el eje circular del espacio antropológico resulta esterilizado por un eje radial yermo, por una naturaleza muerta, dominada y presidida por la figura literaria de la Luna. Es un mundo nihilista, comparable a tragedias teatrales de Beckett como Actes sans paroles (1956) o Breath (1969). La sección tercera de Mundo a solas se inicia con una insistencia en la expresión de un mundo sin nada, en el que la figura del ser humano resulta desterrada. Es el caso del poema titulado «Mundo inhumano» (Mundo a solas, 1950/2005: 455-456). La Luna, expresión máxima de la esterilidad de la naturaleza y el eje radial, domina la realidad: «Allí no existe el hombre». Es un mundo inhabitable para el ser humano: «No hay una voz que clama». Este poema es la expresión de una tragedia absoluta. No hay esperanza posible. «Nadie» (Mundo a solas, 1950/2005: 464-465) es un poema que, no por casualidad, figura situado entre «Luna caída» y «Los cielos». Sus versos expresan la supremacía de la desaparición humana constatable en Mundo a solas. Es la desintegración del hombre en una naturaleza muerta. Es, de nuevo, una tragedia nihilista.

El poeta estéticamente visionario que fue Vicente Aleixandre se ha convertido, con suma discreción, en el poeta portavoz de un discurso social. La obra de referencia en este sentido es, sin duda, En un vasto dominio (1962). Leopoldo de Luis (1970) califica este libro de materialista. En realidad, toda la poesía de Vicente Aleixandre es de un materialismo absoluto. Con todo, el poema inicial del libro, «Para quién escribo», no deja, en el paralelismo de sus dedicatorias, lugar a dudas. El poeta escribe «para toda la materia del mundo», y, explícitamente, al final, «para ti, hombre sin deificación». Hombre, al cabo, sin Dios. No puede negarse: la poesía de Aleixandre es la afirmación acaso sin precedentes de un ateísmo materialista tan singular como discretamente expresado. Es una poesía para el Hombre que, civilizado y racional, se integra y funde, sin Dios, en una naturaleza holista, monista y armónica.



I
 
¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista o simplemente el curioso.
 
No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música.
 
Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).
 
Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora.
 
O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.
 
Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).
 
Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi ventura, viviendo en el mundo.
 
Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos cansadas.
 
Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron.
 
Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme,
está mi palabra.
 
 
II
 
Pero escribo también para el asesino. Para el que con los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.
 
Para el que se irguió como torre de indignación, y se desplomó sobre el mundo.
 
Y para las mujeres muertas y para los niños muertos, y para los hombres agonizantes.
 
Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.
 
Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón, su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de depredadores.
 
Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las aguas.
 
Y para esas aguas, para el mar infinito.
 
Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación casi humana, como un pecho vivido.
(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el corazón del mar, está en ese pulso.)
 
Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final, en cuyo seno alguien duerme.
 
Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador y el naciente, el finado y el húmedo, el seco de voluntad y el híspido como torre.
 
Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el triste, para la voz sin materia
y para toda la materia del mundo.
 
Para ti, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar, estás leyendo estas letras.
 
Para ti y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo[2].



He aquí donde alcanza crucial valor la última poética de Aleixandre, objetivada en versos que cabe interpretar como las «normas» de su poesía social. Adviértase ante todo, y permítaseme hablar en tales términos, la astucia del poeta en su giro, a fines de la década de 1950, hacia la poesía «social» y «realista». Aleixandre arranca su poema invocando nada menos que a la figura más relevante del nuevo modelo de sociedad: el periodista. Y sus variantes, el cronista, el curioso… Qué lejos estamos aquí de la luna y el tigre, de las sirenas y la coccinela, del mar y de la mar, del astro y las playas, del albérchigo y del limonero, de los juncos y las gramas. La pasión de la tierra, junto con el paraíso y sus sombras…, son ahora el escenario por el que transita el periodista, el cronista, el curioso. La naturaleza es ahora la sociedad política. El eje radial resulta eclipsado y fagocitado por el eje circular.

En esa sociedad política, estatal, que no tribal ni natural, el poeta selecciona su público, negativamente caricaturizado: «No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado». Aleixandre no escribe para los ricos y poderosos, sino para la gente acaso inculta («para los que no me leen»), humilde («esa mujer que corre por la calle»), débil y desamparada («ese viejo que se duermen en el banco de esa plaza chiquita»), inocente («esa niña que al pasar me mira»), fracasada («el que finalmente cayó»), idealista («el enamorado»), sufriente («el que pasó con su angustia en los ojos»), insolidaria, incluso («para el que al pasar no miró») y desdeñosa («para los que no me leen sobre todo escribo»)… 

Aleixandre —sin entrometerse nunca en ideologías— ha sabido apuntarse a los nuevos tiempos de su sociedad política en el tránsito de las décadas 1950-1960. Aleixandre se adelantó más de diez años al Concilio Vaticano II (1959-1964). A veces la esencia se transforma, adaptándose a las nuevas corrientes dominantes, para garantizar la existencia. Cuando la esencia puede imponerse al entorno, no es necesario, sin embargo, ninguna transformación. Pero en 1960 muchas cosas habían cambiado ya de forma prácticamente definitiva. Aleixandre —y suyo es el mérito— supo sobrevivir a tales cambios. No en vano ha sido uno de los poetas de la literatura española de más amplia y dilatada trayectoria, con una obra lírica que, salvo en su apariencia fenomenológica, ha conservado siempre su esencia más o menos intacta. Por eso resulta difícil establecer divisiones esenciales en el seno de su holema poético.

De hecho, la segunda parte del poema vuelve al núcleo de la poética aleixandrina, menos atenta a la moda de la poesía social del medio siglo y más ligada a las formas y fondos tradicionales del poeta. Torna a surgir la idea de infinito en que cabe el mundo interpretado, con todas sus figuras operatorias: los agresores y exterminadores de la sociedad política (asesinos, ejércitos depredadores…), que van a dar en la mar —«en el mar infinito»—, una suerte de escenario que provoca idealmente su disolución natural y pacífica —«en una galopada final fue a hundirse en las aguas»—. Finalmente se impone la figura amorosa del niño de nuevo en el mar, y por último la idea más antropológica del ser humano omnipresente en la lírica aleixandrina, del Hombre cuya esencia niega la existencia de toda divinidad, «hombre sin deificación que, sin quererlas mirar, estás leyendo estas líneas». La lírica de Aleixandre culmina con el triunfo de una poética antropológica. Aleixandre es el Spinoza de la literatura del siglo XX.

Es igualmente clave en este libro el poema «Materia humana» (En un vasto dominio, 1950/2005: 777-778), en el que se objetiva la ontología de la lírica de Vicente Aleixandre: el Hombre como sujeto agente u operatorio del Mundo interpretado y conocido, intervenido por las ciencias y construido por el racionalismo humano. El Hombre como materia que manipula la materia, de forma inteligente, racional, lógica y, por lo tanto, sensible. El Hombre, que brota de la materia y que con ella se perpetúa constructivamente, para bien y para mal.


Onda de la materia pura en la que inmerso te hallas, que por ti existe también y que desde lejísimos te ha alcanzado. […]

Toda esa materia que viene del fondo del existir,

que un momento se detiene en ti y sigue tras ti, propagándote y heredándote y por la que tú significativamente sucedes. […]

Onda única en extensión que empieza en el tiempo, y sigue y no tiene edad.

O la tiene, sí, como el Hombre.


Ha de advertirse en este poema el escenario civil: la ciudad. La naturaleza cede aquí el paso a la civilización explícita y sana. El eje radial cede su espacio al eje circular. El Hombre constituye un vasto dominio. Es como si el ser humano dominara ahora civilizada y civilizadoramente la naturaleza, tras las horribles conflagraciones mundiales acaecidas durante la primera mitad del siglo XX.

El ser humano constituye el principal referente semántico de la lírica de Vicente Aleixandre. Sus manifestaciones fenoménicas son múltiples, y siempre se proyectan sobre la naturaleza (eje radial) más que sobre la sociedad civil y política de la que forma parte históricamente (eje circular). Para Aleixandre la esencia del ser humano, incluso pese al poder de su raciocinio, está en la naturaleza, esto es, en el eje radial, antes que en el eje circular. Con todo, la idea de ser humano aleixandrina, inmersa y confundida en lo más elemental de la naturaleza, no renuncia nunca a la razón adquirida en el mundo intervenido por el eje circular, histórico, social, político. Evita el mundo político, pero nunca la razón humana. El referente es el hombre y la amada, la fenomenología es la naturaleza, y la esencia es la razón interpretadora de un cosmos armónico, holista y humanizado. No hay lugar para Dios. 

Aleixandre parece señalar a lo largo del poemario las partes del cuerpo humano, partes que identifica simbólicamente como esenciales para la vida, sin idealismos, en una exaltación materialista de todo lo humano: el vientre, el brazo, la cabeza, el sexo, las pisadas humanas, la huélliga… El lector asiste a un acto creador. Sin dioses. Es el triunfo del antropomorfismo. Y del racionalismo. La obra humana es ahora una obra racional y armónica. Y por supuesto material.


El brazo así completo nació y puso
su peso mineral sobre la tierra.
Movió el agua, plantó el árbol, quebró el cerco
de la masa uniforme; el mundo inerte.
Hizo el fuero, tejió el lino imprevisto,
forjó el hierro, fundó la rosa viva.
Izó la rosa viva, el faro vivo.
Rasgó la tierra y derramó los trigos
como un océano verde sobre el mundo.
Se alzó, en su fin la mano, y otra mano
desde el confín llegó, estrechó: cercaban
la redondez entera del planeta.
¡Dos manos estrechadas, con su brazo,
rodeándola,
eran límite vivo de la tierra!


La sangre, incluso, no es ahora la sangre derramada, trágica, bélica, dolorosa, no, la sangre es ahora vida, optimismo y también inteligencia. Es el fruto del organismo humano y la matriz de su saber racional: «¡Sangre cargada de la ciencia humana!» En los poemas iniciales el poeta habla como un testigo, dotado de poder confirmador sobre la realidad humana que constata. Así, en el poema «El sexo», el placer de la relación sexual —y procreadora— de los seres humanos se confirma sin la participación del poeta, que no es ahora amante protagonista, sino narrador que acredita la verdad de sus palabras.


Misterio entonces del ocaso ardiente
cuando como en caricia el rayo ingrese
en la sima voraz y se haga noche:
noche perfecta de los dos amantes.


Sucede a este poema el dedicado a la matriz, con el título de «Vientre creador», donde se apela al feto humano bajo la metáfora pura de «galaxia íntima». «La cabeza», para Aleixandre, nueva metáfora pura de la inteligencia y la razón humanas, es aquí «el laberinto más noble de la materia». «La oreja - La palabra» confirma la interpretación humana y normativa por encima de cualquier otro tipo de razón o entidad trascendente, metafísica, inexistente:


[…] Y son los hombres
los que traducen luego con su signo o palabras
la respuesta a la Vida.


Son ideas confirmadas una y otra vez a lo largo de todo el poemario. Así, en «El interior del brazo», el Hombre se erige en construcción inteligente del Mundo interpretado:


El mundo, hijo del brazo;
consecuente verdad. Tú, padre: el hombre.


Esta idea del Hombre como sujeto operatorio fundamental, constructor material de un mundo inteligente, alcanza expresiones supremas en el poema titulado «La mano».


Ved esa mano que abre cinco dedos.
O que separa tierra y mar, y avanza el dique.
[…]
Es la mano que alza
con la palanca el mundo,
y yergue torres, como un deseo infinito,
[…] que levantó esa cúpula, y ahí brilla.
[…]
La que botó esa nave, sin más que empujar suavemente,
la que con los dos brazos sujetó catedrales […]
Esa que luego cogió con fuerza ese arado y labró duramente,
tenazmente esa tierra, su hija mucho más que su madre.
La que desvió el río o expulsó el mar
o asedió el fuego huido […]
y la materia irguiose dominada y distinta.


La segunda parte de En un vasto dominio responde a un título tomado del tercero de los poemas en ella contenidos: «El pueblo está en la ladera». El pueblo es Miraflores de la Sierra, lugar de veraneo del poeta. La poesía de Vicente Aleixandre se sitúa en estos versos en un espacio real, social, geográfico, definido. Una visión acaso ideal de la naturaleza ha dado lugar a una concepción descriptiva de una sociedad humana real. La sociedad es aquí un espacio rural, con todos los atributos de la estética de lo popular y de la dramática de lo social. Domina la descripción, sí, pero con tintes sociales nada disimulados, si bien discretos. «Pastor hacia el puerto» es un poema descriptivo, acaso costumbrista, muy noventayochista sin duda, como casi todos los de esta sección del libro. Su protagonista es un pastor que cuida de sus ovejas. El sujeto humano domina los animales y su naturaleza, con la que convive. El poema «Félix» identifica en un nombre propio el que funciona como común de un personaje prototípico, hijo de la tierra, labrador pobre y sufrido, de su niñez a su muerte. «La madre joven», otro de los personajes del poemario, exalta la maternidad juvenil —lozana, fértil—, el hijo en brazos de una lugareña feliz. Hay una interpretación estética y dramática de lo popular: el chicuelo «En la era», «El tonto» o deficiente, de tristísima vida, que sus padres ofrecen al sol del estío…, la «Figura del leñador», las «Cabezas dormidas» velazqueñas… 

«Tabla y mano», poema consagrado a la semántica de los objetos, en este caso la mesa sobre la que hombres comen, beben o juegan sus naipes. La mesa y la mano del hombre son criaturas solidarias. «En el cementerio» es poema que ha de compararse con el de casi idéntico título, presente en Mundo a solas, «En un cementerio». En este último, el mundo todo era un inmenso camposanto, un cosmos asolado por la muerte violenta, el dolor humano superlativo, la guerra inmencionada. «En el cementerio» yacente En un vasto dominio el escenario es el espacio terrenal de los que ya no están, contemplados sus nombres, sus lápidas, sus inscripciones, por la mirada de un poeta tan humano como ajeno, que sin embargo tiene valor para reprochar a las jerarquías, «extintas», su insistencia post mortem. «Sol duro» es un poema que podría calificarse explícitamente de social. Los seres humanos, de su niñez a su vejez, son combustible de un infinito trabajo que los consume: «lo que duerme y aún respira / es ceniza». 

La tercera parte del poemario se adentra con ironía, lúdicamente en ocasiones, en formas de conducta y ceremonias típicamente urbanas. La ciudad es ahora el protagonista. El eje radial domina los versos: «El entierro», «El profesor», la estancia en la ópera, la dialéctica entre «Ciudad viva, ciudad muerta».

Las partes cuarta y quinta llevan el mismo título, subdividido, «Incorporación temporal» (I y II), dirimidas por un «Intermedio» titulado «La pareja». Los poemas se suceden como semblanzas, casi como relatos líricos en verso libre. El eje radial, dominado por el ser humano, crece sobresalientemente en este poemario: «Humano esfuerzo, no naturaleza», reza un endecasílabo crucial en el poema dedicado a la joven labradora «Juana Marín». Los escenarios resultan profusamente noventayochistas, azorinianos, velazqueños, estampas líricas y narrativas: Esquivias, la Casa de Lope, «Los borrachos». El poema titulado «Hijo de la mar» hace pensar inevitablemente en el de pareja cabecera, perteneciente a La destrucción o el amor, «Hija de la mar». En este último emerge luminosa, brotada de la naturaleza, la figura humana y humanizada de la mujer, la belleza, la juventud, la inocencia, amada y amante. Por su parte, En un vasto dominio representa la figura acaso mítica, próxima a ciertos poemas de Borges incluso, del hombre bélico, enaltecido por la visión épica del pretérito. El «Hijo de la mar» no brota de la naturaleza, sino la de la Historia mitificada, de la epopeya del pasado y sin duda también de una sociedad laboriosa y presente, procedente de aquella: «[…] cuando los Flavios, en un barco ligero / cargado de tesoros…». Pero el poema desmitifica a todos los dioses, incluidos los paganos y gentiles, e impone la figura social del hombre entregado al trabajo en la mar:


Oh, fuego sin cenizas bajo la mar, sin dioses.
Y los que allí bajaron, rompiendo el muro
Del mar, luego emergieron con el precioso resto
Intacto: la piedra bella en orden. La forma: el dios vacío.


Es la de Aleixandre una lírica deicida, una poética sin dioses. La perspectiva mítica se había iniciado ya en poemas precedentes, como el dedicado a las ruinas de Numancia, «A una ciudad resistente». La sexta parte, «Retratos anónimos», se construye mediante poemas dispuestos a modo de dípticos, referidos a obras pictóricas velazqueñas. El epílogo está constituido por «Materia única», uno de los poemas más expresivos y representativos de la obra poética global de Vicente Aleixandre, en virtud de la cual «Todo es materia: tiempo, / espacio; carne y obra. / Materia sola, inmensa».

Indudablemente, hay que salir de la literatura para hacer la Revolución.


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NOTAS

[1] Sobre el concepto de espacio antropológico, vid. Bueno (1978) y, en su aplicación a los materiales literarios, Maestro (2006, 2007).

[2] Vicente Aleixandre (2005: 771-774), «¿Para quién escribo?», En un vasto dominio (1962).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Vicente Aleixandre: «¿Para quién escribo?»», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (IV, 3.18), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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Clasificación de la obra poética de Vicente Aleixandre 




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