III, 3.1 - Preliminares a una teoría sobre el origen de la literatura

 

Crítica de la razón literaria
 
Una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica

Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades 
del conocimiento racionalista de la literatura 

Editorial Academia del Hispanismo, 2017-2022. 
Décima edición digital definitiva. 
ISBN 978-84-17696-58-0

Jesús G. Maestro
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Índices





Preliminares a una teoría sobre el origen de la literatura


Referencia III, 3.1

 

La duda siempre es el efecto que la novedad ejerce sobre la ignorancia. 

                                                                                                    Samuel Johnson


La literatura tiene que ver con todo. No puede separarse de la política, de la religión y de la moral. Es la expresión de las opiniones de los seres humanos sobre todas las cosas. Como todo en la naturaleza, es a la vez efecto y causa. Describirla como un fenómeno aislado es no describirla.

                                                                        Benjamin Constant (1800-1813, III, 1: 527).

 


Jesús G. Maestro, Crítica de la razón literaria

Los hechos exigen siempre una interpretación. La literatura, también. Demostrar que la literatura es inteligible, conforme a criterios racionales y lógicos, y de acuerdo con sistemas de pensamiento críticos y dialécticos, es uno de los objetivos esenciales de la interpretación literaria en general y de la Teoría de la Literatura en particular. Por estas razones, para alcanzar resultados metodológicos amplios y consistentes, se hace necesario trascender determinados ámbitos y especialidades. El conocimiento interdisciplinario, filosófico por naturaleza, exige salir de limitados espacios y categorías para ver más y para interpretar mejor, y de este modo regresar a ellos con más sofisticados instrumentos de análisis y de síntesis, es decir, con mejores facultades para el ejercicio de la dialéctica. La crítica es superior e irreductible a un determinado dominio científico o categoría del saber humano. No se puede pensar ni criticar, es decir, establecer dialécticamente valores y contravalores, sin estar en contacto con todo aquello que de un modo u otro forma —o ha formado— parte material de la realidad. No se puede ejercer la crítica sin criterios, ni de espaldas a los hechos materiales que forman parte de nuestra investigación.

A veces hay que salir de la Historia para interpretar la literatura. Pero salir de la Historia no significa abandonarla, sino todo lo contrario: divorciarse de la Historia exige haberla atravesado antes retrospectivamente. ¿Qué ocurriría si rebasáramos la Historia de la Literatura penetrando en los materiales literarios desde sus más genuinos orígenes, interrogándonos acerca de su primigenia concepción? ¿Por qué nace la literatura? ¿Cuál es su genealogía? ¿Qué y quiénes la engendran? ¿Cuál es su núcleo? ¿Por qué su desarrollo estructural se abrió camino a través de sociedades políticas y racionales, y no a través de sociedades irracionales, primitivas y bárbaras? ¿Cuál ha sido y es la relación entre literatura y religión? ¿Por qué la censura de poderosos moralistas, junto a regímenes autoritarios feroces, no ha logrado extinguir la construcción, comunicación e interpretación de materiales literarios (autores, obras, lectores, intérpretes o transductores)? ¿Por qué hoy la literatura se niega como objeto de conocimiento científico, sobre todo en las universidades, de las que pronto será definitivamente expulsada, a la par que, con obstinada insistencia, en nombre de esa falacia de la political correctness, se exige su interpretación a la sombra de una determinada ideología feminista, indigenista, nacionalista o etnocrática? ¿Por qué hemos pasado del mito de la «literatura comprometida» al imperativo de una literatura comprometidamente interpretada en favor de esta o aquella fratría, lobby o gremio político-social? En este capítulo III de la Crítica de la razón literaria se trata de dar una respuesta a estas y otras cuestiones, aún más críticas, provocativas y necesarias, que las que se han antemencionado.

Convencionalmente se impone la idea de que la literatura, los sistemas y géneros literarios, las lenguas y culturas, pueden ordenarse filogenéticamente, es decir, asumiendo la disposición o la trayectoria de una paulatina y sofisticada perfección histórica[1]. Esta tendencia a la filogénesis se debe sobre todo a que la literatura, por razones históricas y críticas, siempre se define retroactivamente, porque el conocimiento de los materiales literarios, de forma inevitable, es resultado de una interpretación a posteriori, es decir, es consecuencia de una interpretación ajena o distante (etic), en el tiempo y en el espacio, de un material elaborado por otros (emic), cuyo estado original hay que reconstruir una y otra vez desde la actualidad del intérprete[2]. La literatura necesita madurar para ser susceptible de ofrecer al lector interpretaciones fértiles. Dicho de otro modo: los materiales literarios han de superar la prueba fundamental de la supervivencia histórica e interpretativa. A la literatura sólo podemos acercarnos desde una posición adulta, evolucionada, transducida, crítica. La interpretación literaria, esto es, la transducción, es siempre una interpretación retroactiva y ajena (etic). Por estas y otras razones de las que se irá dando cuenta paulatinamente, la Teoría de la Literatura exige siempre una cita inexcusable con una cuestión que apenas se ha planteado jamás: la genealogía de la literatura.

En este libro se da prioridad a los hechos antes que a las interpretaciones, por una razón absolutamente fundamental: porque los hechos son más importantes que sus interpretaciones. Y porque no mienten los hechos, sino sus intérpretes. La realidad jamás es falsa ni fraudulenta. La realidad nunca engaña: son sus intérpretes quienes (nos) engañan falsificándola formalmente. En palabras de Giambattista Vico, verum est factum: la verdad está en los hechos. La realidad no tiene jamás intención de engañar. Son sus intérpretes quienes hacen de la voluntas fallendi —quienes hacen de la sofística— una profesión. No es aceptable culpar a la apariencia de la incapacidad humana para disociarla de la realidad, ni es de recibo renunciar abúlica o cobardemente a nuestra responsabilidad profesional, como profesores, investigadores y críticos, de interpretar esa realidad en términos científicos y racionales, en lugar de hacerlo psicológicamente según dictados ideológicos o imperativos gregarios, de signo religioso, sexual o etnocrático, confitados en la cursilería de la retórica posmoderna.

Esta reivindicación de los materiales literarios, como fundamento realmente efectivo de los hechos literarios, resulta inexcusable, y constituye una de las premisas esenciales de la Crítica de la razón literaria en relación con el origen y la genealogía de la literatura.

Antes de adentrarse en esta genealogía de la literatura, es necesario delimitar, en primer lugar, el concepto de espacio antropológico, que, propuesto por el filósofo Gustavo Bueno (1978), reutilizaré aquí como punto de partida para fundamentar la explicación sobre los orígenes de la literatura.

El espacio antropológico es el lugar en el que se sitúan, organizan y codifican, los materiales antropológicos. La literatura es uno de estos materiales, puesto que es una construcción humana, resulta de operaciones racionales humanas, y desde sus orígenes hasta nuestros días se ha desplegado siempre en alianza con el racionalismo humano. La literatura siempre brota de la razón humana, incluso cuando finge simular la reconstrucción de un supuesto, hipotético o retórico, mundo irracional, siempre extraordinariamente sofisticado, atractivo y seductor. Es curioso que lo irracional se manifieste siempre a la sensibilidad humana a través de formas singularmente embellecidas, estimulantes o, en el más común de los casos, fascinadoras. Pero siempre a través de formas cuidadosamente complejas, que son resultado, sin duda, de la más sofisticada razón. El inconsciente es la obra mejor diseñada del racionalismo humano. Freud sólo tuvo que darle forma retórica en sus ensayos, que, a juicio de quien escribe estas líneas, constituyen las mejores novelas del siglo XX.

Siguiendo —como se verá, con importantes modificaciones— a Bueno (1978), en el espacio antropológico es posible distinguir tres ejes: 1) eje circular o humano: designa las relaciones entre los seres humanos, dadas en una sociedad natural o preestatal (una tribu), en una sociedad política (Estado), o en una sociedad postestatal, gentilicia o gremial (una mafia, una multinacional, un paraíso fiscal, un Estado como el Vaticano, una organización religiosa o terrorista transnacional, etc.); 2) eje radial o de la naturaleza: se refiere a la relación que el ser humano mantiene con entidades inanimadas pertenecientes a la naturaleza (minerales, agua, flora, fuentes de energía, etc.); y 3) eje angular o religioso: apela a las relaciones del ser humano con referentes religiosos, sean numinosos (animales), mitológicos (divinidades antropomorfas) o teológicos (una religión articulada filosóficamente, desde un racionalismo idealista, como el Catolicismo, por ejemplo).

En consecuencia, puede afirmarse que la literatura, desde el punto de vista del eje circular, sólo existe como tal en las sociedades políticas organizadas como Estado, donde las relaciones políticas entre sus miembros han hecho posible una relación entre autores, obras, lectores e intérpretes o transductores (editores, críticos, profesores, agentes mercantiles, etc.). De acuerdo con el eje radial, la literatura ha experimentado evoluciones decisivas, poniendo al servicio de su difusión todo tipo de soportes que la evolución tecnológica y científica ha hecho posible, desde la oralidad hasta el disco compacto, pasando por la litografía, las tablillas de cera, el papiro, el pergamino, el papel y la imprenta, y actualmente los diversos soportes informáticos, desde el pdf hasta el libro electrónico. Por último, desde el punto de vista del eje angular, la fuerza de la razón, a través de disciplinas como la Filología (Valla, 1440) y la Filosofía (Spinoza, 1670), ha permitido discutir, y negar completamente, el estatuto de sacralidad que determinadas escrituras o textos, particularmente los más primitivos escritos de temática religiosa, como los libros veterotestamentarios, por ejemplo, se arrogaban de forma exclusiva y excluyente[3].

La Crítica de la razón literaria sostiene la triple tesis de que 1) la literatura nace en el eje angular, es decir, en el contexto de un conjunto de conocimientos propios de culturas no desarrolladas todavía racionalmente, y que basan sus saberes en el mito, la magia, la religión y la técnica; 2) que la literatura se desarrolla según la expansión radial de los materiales literarios, es decir, de acuerdo con la aplicación racional y científica que hace posible construir soportes de difusión y comunicación literaria cada vez más sofisticados, desde la piedra o el papiro hasta la imprenta o la edición electrónica; y 3) que la literatura alcanza su máxima dimensión en el eje circular, es decir, en aquel espacio en el que los seres humanos actúan, esto es, operan, como autores, lectores e intérpretes o transductores (editores, críticos, promotores, difusores, filólogos, etc.) de los materiales literarios.

En consecuencia, se distinguirán tres estados fundamentales en los que se objetiva una genealogía de la literatura, relativos 1) al origen de la literatura, cuyo núcleo estaría como génesis en el eje angular (conocimientos irracionales de las culturas bárbaras); 2) a la expansión tecnológica y científica de los materiales literarios, dada sobre todo en el eje radial, y cuyo cuerpo estaría constituido histórica y estructuralmente por lo que es una ontología de la literatura; y 3) al cierre categorial de los materiales literarios, es decir, a la constitución de una gnoseología de la literatura, que daría cuenta de las diferentes posibilidades de interpretar formalmente los materiales literarios (autor, obra, lector e intérprete o transductor), y cuyo curso sólo puede apreciarse con plenitud en el contexto del eje circular del espacio antropológico, donde el poder de determinadas instituciones políticas, esto es, dadas en una sociedad política o Estado, es determinante (Academia, Universidad, editoriales, prensa, teatros, Ministerios de Cultura, Institutos de investigación, etc.).

En este esquema puede observarse la contextualización metodológica que aquí se propone para una genealogía de la literatura, tal como se desarrolla en la Crítica de la razón literaria.



Contextualización metodológica 
de la genealogía de la literatura

 

Espacio
antropológico

 Esencias
plotinianas

 Estadios
metodológicos

 Filogénesis de los materiales literarios

 Genealogía
de la literatura


 
Eje Angular


 
Núcleo

 

Génesis

 Mito, magia, religión, 
técnicas de oralidad y de escritura… 


Origen o nacimiento
de la
literatura
 

Eje Radial


Cuerpo


Ontología

 Litografías, tablillas,
papiros, códices,
imprenta, informática…
 Expansión radial
de los
materiales
literarios
 

Eje Circular
 

Curso
 

Gnoseología

 Autor, obra, lectore intérprete o transductor


Cierre categorial
de los
materiales literarios 

 

 

 

La genealogía de la literatura se expone aquí, en un muestrario que revela sus paralelismos y simultaneidades, a lo largo de cinco órdenes o ámbitos coordinados entre sí: 1) el espacio antropológico, con sus ejes angular o religioso, radial o de la naturaleza y circular o político; 2) las esencias plotinianas, desde las que se conciben los materiales literarios como elementos de una misma familia o tronco, en cuyo conjunto esencial es posible distinguir un núcleo genético, un cuerpo estructural y un curso evolutivo o histórico; 3) los estadios metodológicos que, a partir de un momento inicial o de génesis, disponen el examen de los materiales literarios atendiendo, en primer lugar, a su constitución de hecho (ontología), y, en segundo lugar, a la construcción de sus interpretaciones lógico-formales y lógico-materiales (gnoseología); 4) a la filogénesis de los materiales literarios, desde sus configuraciones más primigenias y primitivas, en torno al mito, la magia, la religión y las técnicas de la oralidad y la incipiente escritura, pasando por su desarrollo tecnológico a lo largo de la Historia de la Humanidad (litografías, tablillas de cera o arcilla, papiros, pergaminos, códices, imprenta, libro, pdf, libro informático, soportes electrónicos…), hasta desembocar en la constitución moderna y contemporánea de los cuatro materiales literarios fundamentales (autor, obra, lector e intérprete o transductor). La integración en paralelo de estos cuatro dominios culmina en 5) una genealogía de la literatura, desde la que es posible reconocer y examinar, en primer lugar, el origen o nacimiento angular y nuclear de la Literatura, esto es, su Génesis; en segundo lugar, la expansión radial de los materiales literarios, en un cuerpo que, de facto, constituye su Ontología literaria, abierta tecnológicamente a lo largo de la Historia; y en tercer lugar, el cierre categorial de esos materiales literarios, que se produce en el eje circular o humano del espacio antropológico, como consecuencia de la culminación del curso histórico y su evolución, así como de la constitución de las formas metodológicas de interpretación que hacen posible e inteligible su operatividad en las figuras del autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor.

A partir de estas premisas, procedo a exponer la presente genealogía de la literatura.

 

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NOTAS

[1] Semejante idea cobró una fuerza especial en el Romanticismo europeo, a través de obras como De la littérature (1800), de Madame de Staël, quien contribuye a acreditar el concepto de «progreso» aplicado a las artes, incluidas las literarias, al estimar, por ejemplo, de forma completamente idealista, que la tragedia senequista era más perfecta que la griega clásica, simplemente porque fue posterior en el tiempo, o, por la misma razón, que la escultura o la música renacentistas resultaban más «progresistas» que las de la Edad Antigua. Postulados de esta naturaleza estaban en la base de la argumentación que desencadenó la querelle des anciens et des modernes, con objeto de defender la originalidad, emancipación y supremacía del arte romántico frente al clasicismo secular hasta entonces imperante. Detrás de esta artificiosa polémica está, naturalmente, la pretensión hegemónica del mundo anglogermano y anglosajón por hacerse con el control de la interpretación cultural, estética y literaria, de la Edad Contemporánea: si Homero no es alemán, es decir, si «no es uno de los nuestros», si el arte griego «no lo hemos hecho nosotros», ni nuestro Volksgeist late en su génesis, entonces es mejor legitimar, por todos los medios posibles, la supremacía de nuestro propio arte, el arte moderno y romántico, y afirmar su superioridad frente al arte antiguo, hispanogrecolatino y clásico.

[2] Sobre los conceptos de emic (la interpretación desde lo propio) y etic (la interpretación desde lo ajeno), vid. Pike (1982) y Bueno (1990). En el capítulo 8 de la parte III de la Crítica de la razón literaria, en relación con la Literatura Comparada, se expone una reinterpretación de estas nociones aplicadas precisamente a la interpretación de una literatura ajena desde la literatura propia. Un alemán que estudia a Cervantes hará una interpretación etic de una literatura emic española. Cuando Madame de Staël interpreta la literatura alemana en su célebre obra De l'Allemagne (1813), expone una interpretación etic francesa de una literatura emic germana.

[3] El gran triunfo en esa primera intervención racionalista del material histórico fue el descubrimiento del fraude de la supuesta «Donación de Constantino», según la cual el emperador había entregado al papa Silvestre y a sus sucesores la autoridad sobre Roma y todo el Imperio de Occidente. Lorenzo Valla (1407-1457), humanista al servicio del rey de Nápoles (enfrentado a las pretensiones políticas del papado), descubrió la superchería mediante una demoledora crítica interna del documento, mostrando su anacronismo respecto al latín del siglo IV y sus errores e inexactitudes gramaticales, jurídicas, geográficas y cronológicas. De hecho ―como señala Moradiellos (2001)―, se trataba de una burda falsificación del siglo VIII que había servido para inducir a Pepino el Breve a reconocer la soberanía territorial del Papa. No cabe minusvalorar la importancia de estos hechos: por vez primera, la crítica documental lograba una verdad histórica, aunque fuese negativa, demostrando el carácter fraudulento de unos documentos; es decir, se destituía a los mismos de su condición de reliquia histórica. Y en este sentido, es justa la afirmación de que Petrarca y Valla son «padres fundadores de la erudición histórica moderna» (Moradiellos, 2001: 133). Sobre el hallazgo de Valla, vid., entre otros, Kelly (1970, 1991).






Información complementaria


⸙ Referencia bibliográfica de esta entrada

  • MAESTRO, Jesús G. (2017-2022), «Preliminares a una teoría sobre el origen de la literatura», Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Editorial Academia del Hispanismo (III, 3.1), edición digital en <https://bit.ly/3BTO4GW> (01.12.2022).


⸙ Bibliografía completa de la Crítica de la razón literaria



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