Luis Cernuda
(Sevilla, 21 de septiembre de 1902 - Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)
La adoración de los Magos*
I
VIGILIA
Melchor
La soledad. La noche. La terraza.La luna silenciosa en las columnas.Junto al vino y las frutas, mi cansancio.Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha,Perdido su sabor, después amarga,Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.Si la leyenda mágica se hicieraRealidad algún día.La proféticaEstrella, que naciendo de las sombrasPura y clara, trazara sobre el cielo,Tal sobre faz etíope una lágrima,La estela misteriosa de los diosesHa de encarnarse la verdad divinaDonde oriente esa luz.¿Será la magia,Ida la juventud con su deseo,Posible todavía? Si yo piensoAquí, bajo los ojos de la noche,No es menor maravilla: si yo vivo,Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.Mas nunca nos consuela un pensamiento,Sino la gracia muda de las cosas.Qué dulce está la noche. Cuando el aireA la terraza trae desde lejosUn aroma de nardo y, como un eco,El son adormecido de las aguas,Siento animarse en mí la forma vagaDe la edad juvenil con su dulzura.Así al tiempo sin fondo arroja el hombreConsuelos ilusorios, penas ciertas,y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,Arrullando su miedo y su esperanza,Desde la sombra pasa hacia la sombra.Mas tengo sed. Lágrimas de la viña,Frescas al labio con frescor ardiente,Tal si un rayo de sol atravesaraLa neblina. Delicia de los frutosDe piel tersa y oscura, como un cuerpoOfrecido en la rama del deseo.Señor, danos la paz de los deseosSatisfechos, de las vidas cumplidas.Ser talla flor que nace y luego abiertaRespira en paz, cantando bajo el cieloCon luz de sol, aunque la muerte exista:La cima ha de anegarse en la ladera.
Demonio
Gloria a Dios en las alturas del cielo,Tierra sobre los hombres en su infierno.
Melchor
Sin que su abismo lo profane el alba,Pálida está la noche. Y esa estrellaMás pura que los rayos matinales,Al dar su luz palpita como sangreManando alegremente de la herida.¡Pronto, Eleazar, aquí!Hombres que duermeny de un sueño de siglos Dios despierta.Que enciendan las hogueras en los montes,Llevando el fuego rápido la nuevaA las lindes de reinos tributarios.Al alba he de partir. Y que la muerteNo me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.
II
LOS REYES
Baltasar
Como pastores nómadas, cuando hiere la espada del invierno,Tras una estrella incierta vamos, atravesando de noche los desiertos,Acampados de día junto al muro de alguna ciudad muerta,Donde aúllan chacales; mientras, abandonada nuestra tierra,Sale su cetro a plaza, para ambiciosos o charlatanes que aún explotenEl viejo afán humano de atropellar la ley, el orden.Buscamos la verdad, aunque verdades en abstracto son cosa innecesaria,Lujo de soñadores, cuando bastan menudas verdades acordadas.Mala cosa es tener el corazón henchido hasta dar voces, clamar por la verdad, por la justicia.No se hizo el profeta para el mundo, sino el dúctil sofistaQue toma el mundo como va: guerras, esclavitudes, cárceles y verdugosSon cosas naturales, y la verdad es sueño, menos que sueño, humo.
Gaspar
Amo el jardín, cuando abren las flores serenas del otoño,
El rumor de los árboles, cuya cima dora la luz toda reposo,
Mientras por la avenida el agua esbelta baila sobre el mármol
Y a lo lejos se escucha, entre el aire más denso, un pájaro.
Cuando la noche llega, y desde el río un viento frío corre
Sobre la piel desnuda, llama la casa al hombre,
Hecha voz tibia, entreabiertos sus muros como una concha oscura,
Con la perla del fuego, donde sueño y deseo juntan sus luces puras.
Un cuerpo virgen junto al lecho aguarda desnudo, temeroso,
Los brazos del amante, cuando a la madrugada penetra y duele el gozo.
Esto es la vida. ¿Qué importan la verdad o el poder junto a esto?
Vivo estoy. Dejadme así pasar el tiempo en embeleso.
Melchor
No hay poder sino en Dios, en Dios sólo perdura la delicia;
El mar fuerte es su brazo, la luz alegre su sonrisa.
Dejad que el ambicioso con sus torres alzadas oscurezca la tierra;
Pasto serán del huracán, con polvo y sombra confundiéndolas.
Dejad que el lujurioso bese y muerda, espasmo tras espasmo;
Allá en lo hondo siente la indiferencia virgen de los huesos castrados.
¿Por qué os doléis, ¡oh reyes!, del poder y la dicha que atrás quedan?
Aunque mi vida es vieja no vive en el pasado, sino espera;
Espera los momentos más dulces, cuando al alma regale
La gracia, y el cuerpo sea al fin risueño, hermoso e ignorante.
Abandonad el oro y los perfumes, que el oro pesa y los aromas aniquilan.
Adonde brilla desnuda la verdad nada se necesita.
Baltasar
Antífona elocuente, retórica profética de raza a quien escapa con el poder la vida.Pero mi pueblo es joven, es fuerte, y diferente del tuyo israelita.
Gaspar
Si el beso y si la rosa codicio, indiferente hacia los dioses todos,Es porque beso y rosa pasan. Son más dulces los efímeros gozos.
Melchor
Locos enamorados de las sombras. ¿Olvidáis, tributariosComo son vuestros reinos del mío, que aún puedo sujetarosA seguir entre siervos descalzos, el rumbo de mi estrella?¿Qué es soberbia o lujuria ante el miedo, el gran pecado, la fuerza de la tierra?
Baltasar
Con tu verdad pudiera, si la hallamos, alzar un gran imperio.
Gaspar
Tal vez esa verdad, como una primavera, abra rojos deseos.
III
PALINODIA DE LA ESPERANZA DIVINA
Era aquel que cruzábamos, caminoAbandonado entre arenales,Con una higuera seca, un pozo, y el asiloDe una choza desierta bajo el frío.Lejos, subiendo entre unos riscos,Iba el pastor junto a sus flacas cabras negras.Cuando tras de la noche larga la luz vino,Irisando la escarcha sobre nuestros vestidos,Faltas de convicción las cosas escaparonComo en un sueño interrumpido.Padecíamos hambre, gran fatiga.Aliado de la choza hallamos una viñaDonde un racimo quedaba todavía,Seco, que ni los pájaros lo habíanQuerido. Nosotros lo tomamos:De polvo y agrio vino el paladar teñía.Era bueno el descanso, peroEn quietud la indiferencia del paisaje aísla,y añoramos la marcha, la fiebre de la ida.Vimos la estrella hacia lo altoQue estaba inmóvil, pálida como el aguaEn la irrupción del día, una respuesta dandoCon su brillo tardío del milagroSobre la choza. Los muros sin cobijoy el dintel roto se abrían hacia el campo,Desvalidos. Nuestro fervor heladoSe volvió como el viento de aquel páramo.Dimos el alto. Todos descabalgaron.Al entrar en la choza, refugiadosUna mujer y un viejo sólo hallamos.Pero alguien más había en la cabaña:Un niño entre sus brazos la mujer guardaba,Esperamos un dios, una presenciaRadiante e imperiosa, cuya vista es la gracia,y cuya privación idéntica a la nocheDel amante celoso sin la amada.Hallamos una vida como la nuestra humana,Gritando lastimosa, con ojos que mirabanDolientes, bajo el peso de su almaSometida al destino de las almas,Cosecha que la muerte ha de segarla.Nuestros dones, aromas delicados y metales puros,Dejamos sobre el polvo, tal si la ofrenda ricaPudiera hacer al dios. Pero ningunoDe nosotros su fe viva mantuvo.y la verdad buscada sin valor quedó toda,El mundo pobre fue, enfermo, oscuro.Añoramos nuestra corte pomposa, las luchas y las guerras,O las salas templadas, los baños, la sedosaCarne propicia de cuerpos aún no adultos,O el reposo del tiempo en el jardín nocturno,y quisimos ser hombres sin adorar a’ dios alguno.
IV
SOBRE EL TIEMPO PASADO
Mira cómo la luz amarilla de la tardeSe tiende con abrazo largo sobre la tierraDe la ladera, dorando el gris de los olivosOtoñales, ya henchidos por los frutos maduros;Mira allá las marismas de niebla luminosa.Aquí, año tras año, nuestra vida transcurre,Llevando los rebaños de día por el llano,Junto al herboso cauce del agua enfebrecida;De noche hacia el abrigo del redil y la choza.Nunca vienen los hombres por estas soledades,y apenas si una vez les vemos en el zocoDel mercado vecino, cuando abre la semana.Esta paz es bien dulce. Callada va la alondraAl gozar de sus alas entre los aires claros.Mas la paz, que a las cosas en ocio santifica,Aviva para el hombre cosecha de recuerdos.Tiempo atrás, siendo joven, divisé una mañanaCruzar por la llanura un extraño cortejo:Jinetes en camellos, cubiertos de ropajesCenicientos, que daban un destello de oro.Venían de los montes, pasados los desiertos,De los reinos que lindan con el mar y las nieves,Por eso era su marcha cansada sobre el polvoy en sus ojos dormía una pregunta triste.Eran reyes que el ocio y poder enloquecieron,En la noche siguiendo el rumbo de una estrella,Heraldo de otro reino más rico que los suyos.Pero vieron la estrella pararse en este llano,Sobre la choza vieja, albergue de pastores.Entonces fue refugio dulce entre los caminosDe una mujer y un hombre sin hogar ni dineros:Un hijo blanco y débil les dio la madrugada.El grito de las bestias acampando en el llanoResonó con las voces en extraños idiomas,y al entrar en la choza descubrieron los reyesLa miseria del hombre, de que antes no sabían.Luego, como quien huye, el regreso emprendieron.También los caminantes pasaron a otras tierrasCon su niño en los brazos. Nada supe de ellos.Soles y lunas hubo. Joven fui. Viejo soy.Gentes en el mercado hablaron de los reyes:Uno muerto al regreso, de su tierra distante;Otro, perdido el trono, esclavo fue, o mendigo;Otro a solas viviendo, presa de la tristeza.Buscaban un dios nuevo, y dicen que le hallaron.Yo apenas vi a los hombres; jamás he visto dioses.¿Cómo ha de ver los dioses un pastor ignorante?Mira el sol desangrado que se pone a lo lejos.
V
EPITAFIO
La delicia, el poder el pensamientoAquí descansan. Ya la fiebre es ida.Buscaron la verdad, pero al hallarlaNo creyeron en ella.Ahora la muerte acuna sus deseos,Saciándolos al fin. No compadezcasSu sino, más feliz que el de los diosesSempiternos, arriba.
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NOTAS
[*] Luis Cernuda (1939), «La adoración de los Magos», Las Nubes. Desolación de la Quimera, Madrid, Cátedra, 2009, pp. 115-123. Edición de Luis Antonio de Villena.
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