Sor Juana Inés de la Cruz: racionalismo y libertad en la literatura virreinal novohispana

  

Jesús G. Maestro, Poesía



Sor Juana Inés de la Cruz

(San Miguel Nepantla, Nueva España, 12 de noviembre de 1648 -
Ciudad de México, Nueva España, 17 de abril de 1695)



Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres
que en las mujeres acusan lo que causan


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien,
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Pues, ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.




Soneto


Aunque eres, Teresilla, tan muchacha,
le das que hacer al pobre de Camacho,
porque dará tu disimulo un chacho,
a aquel que se pintase más sin tacha.

De los empleos que tu amor despacha,
anda el triste cargado como un macho,
y tiene tan crecido ya el penacho,
que ya no puede entrar, sino se agacha.

Estás a hacerle burlas ya tan ducha,
y a salir de ellas bien estás tan hecha,
que de lo que tu vientre desembucha

sabes darle a entender, cuando sospecha,
que has hecho, por hacer su hacienda mucha,
de ajena siembra, suya la cosecha.



En reconocimiento a las inimitables plumas de la Europa,
que hicieron mayores sus obras con sus elogios
(que no se halló acabado)

¿Cuándo, númenes divinos,
dulcísimos cisnes, cuándo
merecieron mis descuidos
ocupar vuestros cuidados?

¿De dónde a mí tanto elogio?
¿De dónde a mí a encomio tanto?
¿Tanto pudo la distancia
añadir a mi retrato?

¿De qué estatura me hacéis?
¿Qué Coloso habéis labrado,
que desconoce la altura
del original lo bajo?

No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios,

y diversa de mí misma
entre vuestras plumas ando,
no como soy, sino como
quisisteis imaginarlo.

A regiros por informes,
no me hiciera asombro tanto,
que ya sé cuánto el afecto
sabe agrandar los tamaños.

Pero si de mis borrones
visteis los humildes rasgos,
que del tiempo más perdido
fueron ocios descuidados,

¿qué os pudo mover a aquellos
mal merecidos aplausos?
¿Así puede a la verdad
arrastrar lo cortesano?

¿A una ignorante mujer,
cuyo estudio no ha pasado
de ratos, a la precisa
ocupación mal hurtados;

a un casi rústico aborto
de unos estériles campos,
que el nacer en ellos yo,
los hace más agostados;

a una educación inculta,
en cuya infancia ocuparon
las mismas cogitaciones
el oficio de los ayos,

se dirigen los elogios
de los Ingenios más claros
que en púlpitos y en escuelas
el mundo venera sabios?

¿Cuál fue la ascendente estrella
que, dominando los astros,
a mí os ha inclinado, haciendo
lo violento voluntario?

¿Qué mágicas infusiones
de los indios herbolarios
de mi patria, entre mis letras
el hechizo derramaron?

¿Qué proporción de distancia,
el sonido modulando
de mis hechos, hacer hizo
cónsono lo destemplado?

¿Qué siniestras perspectivas
dieron aparente ornato
al cuerpo compuesto sólo
de unos mal distintos trazos?

¡Oh cuántas veces, oh cuántas,
entre las ondas de tantos
no merecidos loores,
elogios mal empleados;

oh cuántas, encandilada
en tanto golfo de rayos,
o hubiera muerto Faetonte
o Narciso peligrado,

a no tener en mí misma
remedio tan a la mano,
como conocerme, siendo
lo que los pies para el pavo!

Vergüenza me ocasionáis
con haberme celebrado,
porque sacan vuestras luces
mis faltas más a lo claro.

Cuando penetrar el Sol
intenta cuerpos opacos,
el que piensa beneficio
suele resultar agravio:

porque densos y groseros,
resistiendo en lo apretado
de sus tortüosos poros
la intermisión de los rayos,

y admitiendo solamente
el superficial contacto,
sólo de ocasionar sombras
les sirve lo iluminado.

Bien así, a la luz de vuestros
panegíricos gallardos,
de mis obscuros borrones
quedan los disformes rasgos.

Honoríficos sepulcros
de cadáveres helados,
a mis conceptos sin alma
son vuestros encomios altos:

elegantes Panteones,
en quienes el jaspe y mármol
regia superflua custodia
son de polvo inanimado.

Todo lo que se recibe,
no se mensura al tamaño
que en sí tiene, sino al modo
que es del recipiente vaso.

Vosotros me concebisteis
a vuestro modo, y no extraño
lo grande: que esos conceptos
por fuerza han de ser milagros.

La imagen de vuestra idea
es la que habéis alabado;
y siendo vuestra, es bien digna
de vuestros mismos aplausos.

Celebrad ese, de vuestra
propia aprehensión, simulacro,
para que en vosotros mismos
se vuelva a quedar el lauro.

Si no es que el sexo ha podido
o ha querido hacer, por raro,
que el lugar de lo perfecto
obtenga lo extraordinario;

mas a esto solo, por premio
era bastante el agrado,
sin desperdiciar conmigo
elogios tan empeñados.

Quien en mi alabanza viere
ocupar juicios tan altos,
¿qué dirá, sino que el gusto
tiene en el ingenio mando?...


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Comentario de texto

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racionalismo y libertad en la literatura virreinal novohispana



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