Sor Juana Inés de la Cruz
(San Miguel Nepantla, Nueva España, 12 de noviembre de 1648 -
Ciudad de México, Nueva España, 17 de abril de 1695)
Condena por crueldad disimulada, el alivio, que la esperanza da
Diuturna enfermedad de la esperanza,
que así entretienes mis cansados años,
y el fiel de los bienes, y los daños,
tienes en equilibrio la balanza.
Que siempre suspendida, en la tardanza
de inclinarse, no dejan tus engaños
que lleguen a excederse en los tamaños
la desesperación o confianza.
¿Quién te ha quitado el nombre de homicida?
pues lo eres más severa, si se advierte,
que suspendes el alma entretenida;
y entre la infausta, o felice suerte,
no lo haces tú por conservar la vida,
sino por dar más dilatada muerte.
A la esperanza
Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;
alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado
y de los desdichados el mañana:
sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por antojos,
todo lo ven pintado a su deseo;
que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.
Que celebra a un graduado de doctor
Vista tus hombros el verdor lozano,
joven, con que tu ciencia te laurea;
y puesto en ello dignamente, sea
índice de tus méritos ufano.
Corone tu discurso soberano
la que blanda tus sientes lisonjea
insignia literaria, en quien se emplea
el flamante sepulcro de un gusano.
¡Oh qué enseñanza llevan escondida
honrosos los halagos de tu suerte,
donde despierta la atención dormida!
Pues ese verde honor, si bien se advierte,
mientras más brinda gustos a la vida,
más ofrece recuerdos a la muerte.
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