Homero
(ca. siglo VIII a. C.)
Si bien
la cólera de Aquiles puede ser uno de los motores de la fábula, no es menos
cierto que la muerte de Héctor es uno de los momentos culminantes, y acaso el
nódulo, de toda la Ilíada, cuyo final desemboca precisamente en la
recuperación del cadáver que el venerable Príamo hace de su hijo, ante su
mismísimo homicida. Personalmente considero que la muerte de Héctor es el
núcleo de la Ilíada. En ella reside la cima de la epopeya, en su
dimensión trágica y elegíaca, y también en su proyección política —Héctor es el
héroe troyano por excelencia, frente al menguado Paris— y familiar —ante su
hijo Astianacte, su esposa Andrómaca y su padre Príamo—. El diálogo de amor y
despedida entre Héctor y Andrómaca condensa el más amplio conjunto de valores
codificados en la antigua épica: el ser humano se sabe consciente de que es
imposible eludir impunemente determinados imperativos vitales, estatales,
humanos; el amor se enuncia como expresión de unión conyugal, familiar e
institucional —política—, cuya destrucción supone el deterioro de las
condiciones de vida de todas las partes implicadas;
el héroe se sabe subordinado a un orden moral trascendente, pero firmemente
objetivo en un modelo inquebrantable de sociedad política; el respeto al código
del honor exige reconocer la preservación del grupo social como algo que está
muy por encima de la vida de cada individuo o miembro de ese grupo. Andrómaca
lo enuncia con absoluta claridad, y no se engaña cuando advierte que la ruina
de los héroes es precisamente su valentía.
Andrómaca: Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre […].
Héctor: Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los teucros, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y el pueblo de Príamo, armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécabe, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa privándote de libertad, y luego tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseída o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: «Esta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los teucros, domadores de caballos, cuando en torno de Ilión peleaban». Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto […].
Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él muchas esclavas, y a todas las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor de las manos de los aqueos (Ilíada, rapsodia VI, vv. 407-503).
He aquí la premonitoria
elegía trágica de quien conoce su destino triste y heroico, y se entrega a él
con una valentía irreversible. En este diálogo matrimonial Troya explicita su
derrota. Al menos dos terceras partes de la Ilíada están
constituidas por el discurso directo de un diálogo entre personajes. En sentido
estricto, no cabe hablar de diálogo propiamente, como enunciación que se sucede
en la alternancia de emisión y recepción de actos de habla, sino que se trata
más bien de una disposición de monólogos, pronunciados por los personajes como
auténticos discursos, cuyas categorías retóricas resultan muy bien definidas en
el marco de una tradición oratoria delimitada formal y semánticamente, y
reconocida con claridad en el poema heroico. La Ilíada hace
accesible por vez primera a la cultura occidental el valor de esta tradición
retórica, expresada en un texto de referencia literaria indiscutible. La
poética nace en ligazón con la retórica.
⸙ Enlace a la entrada correspondiente en la Crítica de la razón literaria