Francisco de Quevedo
(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
A un amigo que, retirado de la corte, pasó su edad*
Dichoso tú, que, alegre en tu cabaña,mozo y viejo espiraste[1] la aura[2] pura,y te sirven de cuna y sepoltura,de paja el techo, el suelo de espadaña[3].En esa soledad[4], que, libre, bañacallado sol con lumbre más segura[5],la vida al día más espacio dura,y la hora, sin voz, te desengaña.No cuentas por los cónsules los años[6];hacen tu calendario tus cosechas[7];pisas todo tu mundo sin engaños[8].De todo lo que ignoras te aprovechas;ni anhelas premios, ni padeces daños,y te dilatas cuanto más te estrechas[9].
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NOTA
[*] Francisco de Quevedo, Poemas escogidos, Madrid, Castalia, 1987, pp. 83-84. Edición de José Manuel Blecua. En el enunciado del tema o título, también llamable paratexto, del soneto, el término edad equivale a vida.
[1] Con el sentido de respiraste.
[2] Aura remite aquí a un viento o aire apacible.
[3] Aunque al leer espadaña resulte inevitable pensar en su primera acepción, pieza arquitectónica más elevada en una ermita o de un eremitorio, lo cierto es que el verso adquiere mayor expresividad si pensamos en la segunda acepción: la planta de la anea o espadaña, así llamada por la forma de su hoja, en forma de espada o gladio. Se trataría de un suelo hecho de este material, de anea, bayón o tul, en contrapunto con el techo, igualmente humilde, de paja. Espadaña remitiría así tanto al referente más elevado de un humilde eremitorio, esa cabaña alegre, como al material del lecho donde yace este beatus ille o dichoso tú.
[4] Lugar o espacio apartado.
[5] La lumbre del sol en este lugar de campiña, apartado y preservado, es más segura y benigna que la del esplendor engañoso y marfuz de la corte.
[6] Sabido es que, en el mundo político de Roma, el curso de los años se medía y computaba según nombramientos consulares.
[7] En este mundo bucólico, el tiempo se mide por el ritmo natural de las cosechas y el ritual de las estaciones, marcado por la naturaleza viva y cíclica.
[8] Se supone, en realidad se postula, que en el mundo de la naturaleza no hay engaños. Estamos aquí lejos del verso de Argensola, epifonema según el cual «¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!», en ese célebre soneto en el que se nos advierte de la falsa o aparente belleza de la naturaleza.
[9] Elogio de la modestia e invitación a ella: te elevas o dignificas cuanto más te humillas o estrechamente vives.
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