Francisco de Quevedo
(Madrid, 14 de septiembre de 1580 · Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645)
Privilegios de la virtud
y temores del poder violento*
Desembaraza Júpiter la mano,derrámanse las nubes sobre el suelo,Euro[1] se lleva el sol y borra el cieloy en noche y en invierno ciega el llano;tiembla, escondido en torres, el tirano[2],y es su guarda, su muro y su recelo;y erizado temor le cuaja en yelocuando el rayo da música al villano.¡Oh serena virtud![3] El que valientey animoso te sigue, en la mudanza[4]del desdén y el halago de la gente,se pone más allá de donde alcanzaen vengativa luz la saña ardiente,y no del miedo pende y la esperanza[5].
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NOTA
[*] Francisco de Quevedo, Obra poética, Madrid, Castalia, 1999, t. 1, pp. 227-228. Edición de José Manuel Blecua.
[1] Euro, o Eúros en griego antiguo, era una deidad de la mitología griega que representaba el viento del Este, y no precisamente para bien. Aunque se asociaba con el clima cálido y húmedo, se le atribuía el poder de atraer lluvias, a veces beneficiosas para la agricultura, pero también desoladoras, al desencadenar tormentas y tempestades destructivas. Su símbolo es una vasija invertida que derrama agua, signo que reflejaba su capacidad para controlar el flujo de precipitaciones y posibles adversidades climáticas, como subraya Quevedo en este soneto.
[2] La figura del tirano es protagonista esencial de buena parte de la poesía de Quevedo y constituye un capítulo específico de su obra literaria. Se manifiesta, en particular, en los poemas políticos, cuyo trasfondo es la relación entre consejero y gobernante, entre valido y rey. La figura del cortesano adulador y lisonjero se contrapone a la del asesor consejero y crítico, quien, al informar al monarca de la realidad de los hechos de Estado, le preserva de cometer crueldades e injusticias, a la vez que evita convertirlo en un tirano, que haya de verse obligado a encerrarse o enrocarse en su torre de marfil ―«tiembla, escondido en torres, el tirano»― ajeno al mundo que gobierna y medroso de las reacciones de sus súbditos.
[3] Invocación clave a la virtud, destinataria inmanente del soneto, y en quien se objetiva la figura del apóstrofe ―o la apostropha o exclamatio―, figura retórica ancestral, de uso habitual en el discurso judicial (genus iudiciale) para dirigirse a los jueces, y también, con efecto patético o inesperado (pathos) ―y acusativamente― al adversario. Aquí se apela a la virtud, naturalmente no como enemiga, sino como referente y modelo que imitar. La retórica clásica, junto con las artes poéticas medievales, la aproximan a la exclamatio y a la evidentia o demonstratio. La evidencia explicita el valor de prueba real, visible a los ojos y sentidos, e innegable.
[4] Este soneto es claramente literatura moral y parenética. El apóstrofe establece y subraya una conexión apelativa, conativa, suplementaria, con el receptor, en este caso, la virtud. Metonímicamente, se exalta y elogia la virtud del lector sufrido, capaz de ser fiel a sus principios y convicciones, frente las crueldades y excesos del tirano, cuyo poder se identifica con las fuerzas meteorológicas y metafísicas de la naturaleza (vientos, rayos, borrascas, tormentas, mudanzas...). Aunque esas mismas fuerzas pueden apelar, también, a la rebelión de los villanos contra los excesos del mandatario. La poesía moral insiste en persuadir y exhortar a un oyente o espectador a comportarse de un modo específicamente valioso y recomendable, a fin de preservar su vida en las mejores condiciones posibles. La parénesis induce a potenciar determinadas formas de conducta, basadas en el realismo, el desengaño y la supervivencia. No se busca la felicidad ―como en nuestro tiempo―, sino la razón ―uno o dos siglos antes de la Ilustración anglosajona―.
[5] Estructuralmente, el apóstrofe se ubica en los dos tercetos del soneto, tras la cesura estrófica. Se trata, en suma, de una apelación media, frente a una máxima, que se reiteraría anafóricamente en cada una de las cuatro estrofas del soneto, y a una mínima, reducida a un vocativo puntual. El apóstrofe va precedido aquí de un apólogo o «narración», dado en los cuartetos: Zeus y Euro envían sus rayos y tormentas, símbolo y alegoría de la presión tiránica de un poder político irracional e incompatible con la realidad, o signo también de la reacción del pueblo ante la tiranía de sus gobernantes. Tal evidencia o demostración tiene como fin exponer una visión poética aleccionadora, una franca hipotiposis, descripción viva y visual, con verbos e imperativos sensoriales, que disuadan al rey de ser tirano y al villano de ser sumiso con el ejercicio naturalmente ilegítimo del poder humano y político: más allá de la venganza, sin miedo ni esperanza.
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